¿Qué es lo normal? Cómo puedo saberlo si lo que yo viví para mí era normal y cotidiano mientras que a otros les escandalizaba. Tenía unos papás artistas que parecían unos adolescentes. Cinco mejores amigos gays de mi mamá estaban en la casa, infinito. Siempre había otros artistas y amigos del teatro que jugaban conmigo a hacerme la fantasía express. Si quería ser una princesa púrpura los vestuaristas ya tenían las telas, las máquinas y me disfrazaban. Eso era un problema, cuando iban a ver actos del colegio, me daba cuenta de que las otras mamás veían a la mía y a sus amigos. No querían que sus hijos jugaran con una niña con ese tipo de padres. No tenía sentido luchar con esta gente. Para qué. 

No conozco otra forma de vivir, entonces no puedo compararla ni decir cuál es mejor o más normal. Algo diferente era completamente ajeno. Lo que sí entendí fue que mi universo debía defenderlo. Todo lo que eso significa está resumido en la Organización Nelson Garrido y estoy aquí metida porque creo en un espacio para que exista esa otra realidad. Mi cotidianidad sigue siendo un poco extraña, he evolucionado y me he movido en un mundo alterno. Todavía choco y no entiendo. Hay una línea en la que todavía no sé diferenciar y me encuentro preguntándome ¿eso no es normal?

Creo que espacios como la ONG son islas de desahogo en medio de cosas tan estúpidas en las que se ha transformado nuestra cotidianidad. Lugares de libertad donde la gente deja el peo en la puerta. Acá no nos olvidamos de lo real sino que abordamos con pensamiento crítico los momentos individuales. Generamos encuentros, empatía y desahogo. Y así muchos aliados que también se sienten fuera de lugar encuentran una casota para mucha gente. 

En la ONG, además de coordinar todo, doy clases como una excusa para hablar de la vida y de otras cosas que no tienen que ver con la fotografía sino con posturas. Sembrar dudas y preguntas en otros. Cada mañana me hago un café, desayuno, bajo las escaleras desde el anexo y paso el día acá metida de cabeza. A veces los días se vuelven unos remolinos, ¡horribles!, se hacen las once de la noche y digo ¡YA, VÁMONOS! Cuando estoy abatida me digo: Tú decidiste todo esto, así que aguanta la pela y cállate la boca. Todos los días de mi vida, digo -coño de la madre-, y luego también -no seas huevona- y vuelvo a trabajar. La terquedad es una vaina arrecha que tengo yo. Más que motivación es terquedad, terquedad. Y terquedad, es para allá, y es para allá.

El contexto de Venezuela tiene que ver mucho con mi trabajo, aunque no pareciera, sí. Suena cursi pero estoy enamorada de ella. Es un amor sadomasoquista porque esto es un desastre. Pero no puedo estar sin este caos, vibro en respuesta a él. En los lugares donde todo funciona yo no soy feliz. Además siento un compromiso con la situación. Las acciones que hago a diario son porque siento que hay personas a las que debo darles un espacio. Podría ir a otro lugar pero no me atrae tanto. Tiene más sentido acá. En Caracas, la fea que no deja de cautivarme hasta con su basura.

Soy como una máquina de la cuestionadera. Estar preguntándome cosas me ha traído varias crisis. Especies de limbos extraños. Cada tanto nada tiene sentido y empieza esa etapa medio adolescente. Ahora, me lo tomo con más tranquilidad, porque la madurez te lleva a eso y eso te lleva a la transformación. Antes sufría horrible, ahora solo reajusto. En cambio los momentos felices son unos arrebatos que te agarran desprevenida y no hay manera de fabricarlos. 

Me pregunto si otros sienten hastío. En el arte encontré una excusa para hablar de esas angustias profundas. Angustias individuales que terminan siendo colectivas. Cada foto que hago termina siendo parte de un proceso que estoy viviendo personalmente. Cuando necesito cerrar un ciclo, tomo una foto. Mi estética es kitsch, barroca, cursi, arrabalera, recargada y retro. Y así es un poco mi vida, no tanto mi personalidad que es más tranquila. Por ejemplo, sería feliz siendo una piedra del mar, con agua alrededor, en un lugar quieta. En un tiempo me veo en el mismo lugar haciendo lo mismo y antes de morir no diría muchas cosas, solo sería un suspiro infinito.

Escritura:
Dulce Katz
Fotografía:
Raquel Cartaya
Lugar:
Las Acacias, Caracas
Fecha:
30.7.2016
La terquedad es una vaina arrecha que tengo yo. Más que motivación es terquedad, terquedad. Y terquedad, es para allá, y es para allá.
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