A mí me apasiona sentarme a hacer silencio, ser testigo, estar presente, meditar, agradecer y entender que nada es gratuito.

Todo es un camino que se debe emprender, incluso hacer la compra del mango en el camión requiere de una preparación. Hace seis años recibí mi primer masaje. Sin saberlo estaba iniciando este proceso de aprender y enseñar. Hoy miro a mi alrededor y veo crecer esta escuela en la que mi necesidad de escuchar y tocar, para poder evolucionar, me ha dejado transmitir a los demás esas mismas enseñanzas que recibí y que me han permitido ir desde la inconsciencia a la consciencia, a través de mis manos.

A temprana edad aprendí que uno debe hacerse cargo de las cosas que se te presenten. Yo terminé en Inglaterra con catorce años, enfrentándome a situaciones que para una niña de esa edad no son comunes. Por primera vez me miraron a los ojos y me preguntaron qué pensaba yo de la vida, y específicamente sobre el divorcio. Mis padres se separaron cuando yo tenía apenas seis años, pero me enseñaron a reflexionar, a imaginarme a mí misma de otra manera, ese fue el momento en el que descubrí la razón por la que hacía cada una de las cosas. Cuando lo descubrí no hubo nada que no fuera capaz de hacer. A veces hago cosas sin darme cuenta y luego me entero de lo útil que han sido, es como si la vida me las pusiera en el camino para expresarse a través de mí. Tú sólo te dispones, creas la atmósfera y el cuerpo sabe todo lo demás.

En la vida también se debe pasar por momentos telúricos. A mí me tocó vivir el fallecimiento de mi esposo quien murió en un estruendo de música, en el trayecto desde nuestra casa hasta la clínica. Íbamos en el carro y todo era ruido, pero luego comenzaron las bendiciones, hasta el hijo que estaba en Alemania llegó treinta minutos antes del funeral para escuchar la música que sus amigos tocaron para él. Aprendí que todos los momentos tienen rostro. 

Yo tengo muchas sombras, pero todas las vivo profundamente. A veces me han hundido, pero luego entiendo que todo está bien, incluso, en los peores momentos, todo está bien, no pasa nada, porque cada día es un nuevo sol. Cada día, en cuanto amanece, todo lo nuevo está ahí otra vez y por esa razón no hay que temerle a las sombras. Aprendí que uno debe saludar lo nuevo, sonreír como ejercicio y extender las manos siempre para poder tocar y sentir los momentos que se convierten en grandes lecciones de vida. 

Escritura:
Beatriz Müller
Fotografía:
Felipe Rotjes
Lugar:
Colinas de Bello Monte, Caracas
Fecha:
22.4.2016
Aprendí que todos los momentos tienen rostro.
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