Soy de Carúpano, me vine a Caracas de 17 años a estudiar Educación en la Universidad. En mi infancia vivíamos en una casa muy grande, en donde los patios se comunicaban. Las citas no eran por teléfono, sino por vasos comunicantes, por medio del pabilo o a voces de un patio a otro, llamando y preguntando: “¿quieres venir a jugar?”...
En mi casa cocinaba mi mamá y mi abuela. Mi abuela era la imagen de la libertad, en cambio mi mamá, yo creo que ella no era libre. Mamá vivió para los demás, y eso no la hacía feliz, era esclava de la cocina, y cuando estaba cansada no sabía decir “hoy no quiero”, entonces te decía: “Mira, los pajaritos son más chiquitos y buscan su comida solos”. La palabra que más repetía era “obligación”: porque uno tiene obligaciones, y la obligación de la pareja, obligación de la comida, obligación de los hijos... Para mí terminó siendo una palabra detestable.
Yo siento que cuando haces algo por imposición, es malo. Para mí la cocina no es una obligación, es una expresión de amor. Aquí nunca falla el comer, aunque sea para mí sola, lo hago lindo, me sirvo y me siento en mi mesa, con todos los rituales y todos los rigores. No me imagino a mi mamá haciendo comida para ella sola, al contrario, podía quedarse sin comer porque primero había que darle de comer a todo el mundo. Cuando ella venía a mi casa, ella se sentía feliz porque yo la sentaba en mi mesa y le servía. La agasajaba. Había una tienda en Barcelona, que se llamaba “Deixa´t estimar”, déjate querer, y ¿qué vendían ahí? Coqueterías. Entonces, hay que dejarse querer. Cuando escucho a mis amigas decir “es que yo no voy a depender de mis hijos”, pienso lo mismo, que yo nunca voy a depender de mis hijos, sencillamente, ellos vinieron porque yo los traje, y si ahora ellos quieren hacerme la atención que sea, yo estoy dispuesta a que me la den.
Hay muchas cosas que te transforman en la vida. El tener un hijo te cambia la vida, el tener un segundo hijo te la vuelve a cambiar. No se puede vivir cada espacio de la vida de la misma manera, me gusta mucho la palabra “reinventarse” porque creo que en cada uno de esos momentos de cambio, renaces.
Si pudiera trasladarme a uno de esos momentos que me transformaron me quedaría en Barcelona. Cuando un catalán te abre la puerta de su casa también te abre la del corazón. Allá me tocó hacer algo que me cambió la vida. Como no tenía dinero, empecé a trabajar en un restaurante. La visión del sentido del cocinar pasó de ser no solo para comer, sino también para deleitar un paladar desconocido. Quieres que quien coma se sienta querido, y para eso tienes que hacerlo sabroso y presentarlo bonito, además de hacer valer al plato lo que están pagando por él. Te exiges a ti mismo. El personal de una cocina trabaja bajo estrés y con peligros como fuego, electricidad, cuchillos. Es un oficio que merece respeto. Con rabia te caes, con estrés te quemas y te hieres, así que los instrumentos en la cocina hay que convertirlos en tus aliados y no en tus enemigos. Ahí aprendí cómo se lleva un restaurante y no quiero llevarlo. Es un trabajo esclavizante, y es mucha responsabilidad, pero es un trabajo hermoso ya que tienes que dar lo mejor de ti para alimentar a la gente.
Ahora me reinvento y estoy en las redes sociales. Nunca había sido una persona mediática. Entré casi que a regañadientes, por sugerencia de mi hijo Pedro. No tenía claro qué era lo que debía publicar, no suelo tener recetas, me las voy inventando. Me da mucha pena cuando subo una foto y me piden la receta, no es que no la quiera dar, es que ¡no la tengo! Le puedo decir cómo lo hago, pero la receta es una lista sin alma. En las redes empecé con Facebook y era un horror para mí porque nunca quiero salir en la foto. Luego vino el blog, que llevaba mayor elaboración, y diría también que el público era más selectivo. La parte que más disfruto es escribir las anécdotas y las reseñas de cine. Ahora, más centrada en el Instagram, es más inmediato, la foto, un pie de foto y listo. Me hace muy feliz ver que me siguen muchos chefs, también tengo seguidores jóvenes y deportistas, muchos chicos papeadísimos y chicas esbeltas, en fin, creo que hay de todo un poco. Me agrada mucho que la gente diga que le gustan mis cosas, y puede que me desagrade que me digan algo que no les gusta, pero no me hiere. Me ha hecho que me importe menos lo que la gente piense, voy sin miedo. Si quiero colocar una foto de un mango, la pongo, no tiene que ser la foto de una mermelada exquisita con productos traídos de ultramar. He ganado en libertad. Es mostrarme a mí misma.
Yo me identifico con la canela porque es dulce y picante al mismo tiempo, porque la canela es una cosa seria, estimulante y en esa película que tanto me gusta “Un toque de canela”, es una especie que sirve para endulzar las relaciones.