Soy nativo de Carúpano. Cuando tenía trece años mi mamá me trajo a Caracas porque mi hermana estudiaba en la universidad y aquí nos quedamos. De Oriente tengo los recuerdos más bonitos: las travesuras de uno de muchacho, montarse en las matas de mango, ir a la playa a bañarse y comer pescado todos los días.

Soy contador pero nunca ejercí. A mí siempre me gustó más el trabajo manual. A los siete años cuando salía de clases un vecino me dejaba ayudarlo y yo me metía en las cavas con los hielos y los pescados que él vendía, cualquier cosa que me ponían a hacer yo lo hacía. No me hacía falta, pero siempre me ha gustado trabajar duro y honradamente.

A los 32 años me fui a los Estados Unidos a hacer una empresa con un amigo. Fue muy duro, al principio ni siquiera sabía inglés así que aprendí a los coscorronazos. Llevé dinero pero no quería gastarlo en comodidades porque era lo único que tenía, decidí sacrificarme y eso me hizo valorarlo mucho más, pero también el hecho de que aquí en Venezuela cualquiera comparte contigo pero allá no, allá nadie te ayuda.

Al final me vi en la obligación de aprender un oficio. Comenzamos a trabajar en la compañía de un señor llamado Bob, éramos setenta personas a su cargo, él me enseñó todo lo referente al drywall y el aire acondicionado. Comenzamos a hacer proyectos grandes en donde yo les daba el acabado final. Un día me dijo que era el momento de que emprendiera mi propio camino y así lo hice. Nos convertimos en grandes amigos, aún hoy seguimos en contacto.

Viví 15 años en Estados Unidos con mi esposa y mis tres hijos, me fue muy bien. Tengo las puertas abiertas, soy residente permanente pero aquí estoy mejor que allá, aunque la gente no lo crea, soy feliz en Venezuela. 

Me vine de Estados Unidos sin querer. Tenía el presentimiento de que en mi casa pasaba algo. Compré un pasaje, llegué sin que nadie supiera y me encontré con que mi papá estaba muy enfermo. Llamé a mi esposa para que vendiera todo allá y se viniera con mis hijos, a los tres meses mi papá murió. Quise regresarme con mi mamá pero ella no quería, entonces me puse la mano en el corazón: si aquí está ella, aquí estoy yo.

El tipo de trabajo que yo hago amerita mucha responsabilidad. Es un techo, quiere decir que si no está bien hecho, eso se le viene encima a la gente. Lamentablemente aquí en Venezuela no hay seguros ni hay nada de eso, si vas caminando por un centro comercial y te cae una lámina de esas, nadie te va a responder. A nadie le exigen que haga el trabajo como es.

Me han llamado muchas veces para que repare cosas que otros han hecho, trabajos que duran dos años pero después se caen. Esto requiere de unas técnicas y materiales que no todos conocen o manejan y que son necesarios para que el trabajo quede bien.

Antes que cualquier negocio yo ofrezco mi amistad, hablo con el corazón para que las personas vean que uno quiere hacer las cosas bien. Hay quienes hacen las cosas mal y entonces la gente empieza a catalogarnos a todos. También hay gente que se aprovecha de la confianza que uno les da y por eso he perdido mucho dinero. Sin embargo, yo no cambio mi manera de ser. Dios me recompensa de otra manera.

Para mí es muy importante quedar bien con mis clientes, que cuando necesiten algo yo pueda ir o recomendarles a alguien, trato de ayudarlos. No trabajo con particulares porque lo que hago implica mucha confianza y responsabilidad. Por eso trabajo con mis dos hijos. Ellos estudian ingeniería mecánica y en sus ratos libres trabajan conmigo. Tienen que aprender el sacrificio que uno hace para darles el sustento. Les inculco el valor de la responsabilidad y de la humildad, valores que marcan al ser humano. Mis hijos están conmigo todo el día, saben cómo hablo, me comporto, trabajo, y cómo cuido y limpio mis herramientas. Es una manera de enseñarles con mi ejemplo. La educación viene de casa y si ellos quieren pueden aprenderlo. Hasta ahora van bien.

Con mi esposa tengo 29 años, éramos unos chamitos cuando nos enamoramos y juntos nos hemos comido las verdes y las maduras. Mi familia es mi razón de vivir, de trabajar y darles buenos momentos, sobre todo a mi mamá mientras esté aquí. La familia de uno es lo primero.

Escritura:
Odri Albornoz
Fotografía:
Astrid Hernández
Lugar:
Altamira, Caracas
Fecha:
1.12.2017
Antes que cualquier negocio yo ofrezco mi amistad, hablo con el corazón para que las personas vean que uno quiere hacer las cosas bien.
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