Siempre he sido muy peleona, por algo soy líder comunitaria. Yo no perdía el tiempo, buscaba un lugar y ahí armaba una escuelita. A mí nunca me ha gustado ver a los niños sin nada que hacer, los niños son los que más sufren en la comunidad. Sus madres tenían que ir a trabajar, la mayoría, madres solteras o viudas, porque a sus esposos los había matado la delincuencia. El este es un mundo y el barrio es otro. El mundo del barrio es muy fuerte. No me puedo quedar quieta. Ayudo a los niños, doy charlas a los jóvenes acerca de las drogas y cómo conciliar la paz entre ellos. A mí no me importa que muchos de ellos están armados, igual les hablo. Esos chicos me escuchan.
Todo lo hago con pasión porque siempre me ha gustado el trabajo social. Y gracias a que siempre conté con el apoyo de mi esposo, el pobre tuvo que aguantarme muchas cosas, pero al final nunca dejó de apoyarme, lo extraño mucho.
Llegué a Caracas a los diez años. Vengo de Colombia, para ser más específica, de La Guajira. Soy Guajira y siempre fui muy buenamoza. Pude haber sido una Miss pero a los 24 años conocí el amor de mi vida, Esteban. Me casé con él y nos mudamos al Barrio La Luz de la Vega. Aquí he sido madre, educadora y dirigente comunitaria. Fundé la Escuela de San Miguel, también el Grupo Rescate donde reclutamos jóvenes con problemas de conducta, drogas y alcohol. Enseñamos poesía, canto, entre otras actividades, como dictar talleres para contrarrestar el problema de las drogas.
Aquí lo que hace falta es patear el barrio. Para que la comunidad saque cosas buenas hay que ponerle ganas y corazón.