Yo nací con esa intriga porque en mi casa siempre había un disco sonando... 

Mi mamá es músico y odontólogo, y mi papá fue director coral. La música siempre ha estado presente. Sea música venezolana o música del mundo. Yo tengo un menjurje en la cabeza, una mezcla loca de sabores musicales porque, desde niño, yo podía escuchar desde Simón Díaz hasta Oscar de León, y de repente, qué sé yo, jazz, pop, rock. Yo diría que todo lo que toco y ejecuto hoy en día viene de toda esa referencia.

Yo creo que desde que tengo uso de razón, es lo que más me ha impactado a la hora de ver un espectáculo o escuchar un ritmo en canción. El ritmo: esas pulsaciones, fueron las que me dijeron “yo como que me voy por este lado”. Y es que la percusión está en todo. O sea, todo es percutido. Y escuchando música, ¿qué era lo primero que yo hacía? ¡Darle con las manos! En la mesa, en las piernas, con todo.

Mi primera batería fue el mueble de mi casa. Tocaba con los cojines del sofá. El redoblante. Los platillos eran las ollas. Mi mamá casi me bota de la casa.

Yo soy muy de agarrarla con algo. En mi colegio se jugaba mucho fútbol. Si no jugabas fútbol no estabas en nada. Entonces, yo como que, bueno, yo estudio después. Y por eso comencé a estudiar música medio tarde, como entre los 17 y 18 años. Aunque la música siempre estuvo en el ambiente. Mi colegio era Agustiniano, todas las labores sociales eran las tradicionales, cuidar ancianos y cosas así. Entonces, yo le di vueltas porque quería hacer algo que me gustara. Y al final le rogué al director del colegio que comprara una batería. La compraron y terminé tocando en todas las misas del colegio durante todo quinto año.

Mi primera batería como tal, o sea, mía, mía, mía, mi papá me la regaló como a los 18 años. Yo estaba estudiando derecho, mientras trabajaba en un bufete. Ese día mi papá me dice que lo acompañe a hacer unas diligencias después del trabajo. Y la diligencia no era ir para un banco o algo así, sino ir a una tienda de instrumentos. “Esta batería es tuya, te la compré” y yo me quedé así: “¡quéee!”... fue una de las alegrías más grandes que he tenido.

Yo nunca he llorado con una película. Ni el Rey León cuando era niño, ninguna comiquita o película, por muy horrible, me ha hecho llorar. ¡Nunca! Eso no ha pasado. Pero recuerdo una vez que mi tía Laura  me llevó a un concierto de Huáscar Barradas en el Centro Cultural BOD, en ese momento Corp Banca. Yo conozco a Huáscar por mi papá desde hace muchos discos atrás. Había un disco, que me lo quemó mi tía, que yo lo escuchaba todos los días, de arriba a abajo lo volvía a poner. El concierto era de ese disco que se llamaba “Encuentros”. Yo voy pa’ la broma, estaba Diego “El Negro” Álvarez en la percusión, el Pollo Brito, los de Guaco. Eran demasiados buenos músicos, demasiada buena vibra y demasiada buena música lo que estaba pasando ahí; además ya yo me sabía las letras de las canciones. Y cuando la oigo en vivo, arranqué a llorar. Aunque me dio pena con mi prima y con mi tía que estaban conmigo. ¡Arranqué a llorar! Y yo “¡mierda, estoy llorando, qué loco!”. Primera vez que lloraba así y en un concierto, pero era de lo impresionado que estaba, me tocó la fibra. Me encantaba lo que estaba escuchando. Me marcó muchísimo.

Yo pienso todo el día en música, es parte de mí. A mí me alegra comprar un disco. Así como a una persona le alegra comerse un chocolate, a mí me pone feliz comprarme un disco. No es algo que pueda explicar, es una sensación. La música para mí es eso: compartir emociones.

Escritura:
Daniela Salcedo
Fotografía:
David Niño Herrera
Lugar:
Terrazas del Ávila, Caracas
Fecha:
23.6.2017
La música para mí es eso: compartir emociones.
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