Nací en Carúpano y me crié con mi familia en Cumanacoa. Fui a Caracas, estudié, trabajé y regresé a El Pilar. Conocí a mi esposo, nos casamos, formamos la familia y  tenemos tres hijos.

Me gusta cocinar desde siempre. Mi vida cambió cuando hice un taller que se llamó “El Emprendedor Social”. Descubrí el paradigma del emprendedor, esa persona que es capaz, con una manera diferente de ver la vida y de arriesgarse.

Un día le dije a mi esposo que invitara al señor Diógenes a almorzar a la casa. Hicimos una sopita con arepa raspá’, algo natural de la zona. Después se fue sumando a la invitación el señor Carlos, y muchos de los trabajadores principales de la hacienda, que son muy humildes. Hicimos la sopita y el señor Diógenes me preguntó qué posibilidades había de hacerle una sopa a unos negociantes extranjeros que llegarían a la empresa.

Me acuerdo que fue una locura porque eran muchas personas y no tenía la comodidad para cocinar pero lo hicimos, lo logramos. Eran veinte y llegaron ocho. Siempre persistí, nunca dije no, “perdiendo también se gana”.

Así lo hicimos y luego les propuse cocinarle a los vigilantes, empecé con ellos y ahora le cocino a todo el personal. Continuamos trabajando, la empresa nos dió un apoyo para comprar esta casita y nos mudamos aquí hace un mes, gracias a Dios. Ahora estamos remodelándola.

Para mí la cocina es un arte. Son cosas de mi abuela, desde pequeñita siempre la veía y la veía como cocinaba. Mi sazón es una herencia pero le he dado un gusto diferente, mi toquecito diferente. Cocino natural, mis condimentos son naturales. El señor Diógenes dice que es una macumba que yo le tengo,  pero no sé cuál es la diferencia entre mi cocina y las otras. 

Me gusta que la persona quede satisfecha y que diga: “cónchale, qué bueno”, por eso le pongo amor y cariño a lo que hago. Hay personas que estudian para eso, yo no he estudiado para ser chef pero trato de mejorarme, veo recetas y busco por internet, pero como no trabajo con medidas, le pongo lo que más o menos creo, y si no tengo una cosa le pongo otra y voy buscándole la vuelta.

Los sábados cuando hay jornadas especiales en la empresa se pueden hacer hasta 50 comidas. No veo ninguna diferencia entre cocinarle a mis seres queridos o a muchas personas porque siempre he cocinado igual para todos. Cualquiera que venga a mi casa come, y le pongo más cariño porque imagínate, son personas que no me conocen y van a criticar.

Mi comida favorita es un arrocito que siempre le sirvo a la gente, el arroz a la jardinera, como le dice mi abuela. Puedes verle los colores: el pimentón, la zanahoria, el monte. Ella me iba explicando y yo siempre curiosa le iba preguntando. Eso me identifica con ella. Mis abuelos son mi mejor pilar, me encaminaron a ser quien soy. Les debo todo, los valores que tengo los aprendí de ellos. 

La sazón que hay que ponerle a la vida es la alegría y el entusiasmo. Me he dado cuenta de que cuando estoy molesta la comida no me queda igual. Algo queda muy salado o muy dulce, tengo que cocinar relajada, tranquila, aunque siempre me estreso un poquito.

Mi gran equipo de trabajo son mi esposo y mis hijos. Mi mamá a veces me ayuda y siempre busco personas para que me colaboren pero sin que cambien mi sazón. Una vez mandé una comida con otra sazón y se dieron cuenta. Los muchachos lo reconocen inmediatamente. ¡Dígame cuando hago sopa!, ya ellos saben que esa es la sopa de Naty. 

Con la situación del país se me hace difícil pero trato de sustituir una cosa por otra y buscar lo que está en temporada. A veces es un poco engorroso pero buscamos la manera de solventar la situación, mirar siempre hacia adelante. Si hay yuca hago buñuelos, cuando hay maíz hago arepas, majarete y muchas cosas más.

Un ingrediente que identifique a Naty podría ser el cacao. He tratado de explorarlo de las mil y una maneras, hago unas bolitas de cacao que han llegado lejísimos porque se las han llevado fuera del país algunos familiares y visitantes de la empresa que son extranjeros. Me identifico más con los postres que con lo salado, el dulce es más alegre y a mí siempre me ha gustado ser amable.

A futuro quisiera montar un mini restaurante, con cuatro o cinco mesitas y una cabaña donde la gente se pueda quedar, un rinconcito que sea familiar y que haga sentir a las personas como en su casa. Se llamaría “Nuestro Sueño”, porque es el sueño de todos nosotros.

A pesar de todo lo que está pasando, la gente en Sucre es amable, familiar y le gusta compartir. Aquí decimos que “donde come uno, comemos varios”. Tengo fe y esperanza de que esto cambie. Uno tiene que luchar por sus raíces, si todos nos vamos ¿qué va a quedar? Venezuela es Venezuela, tenemos que luchar por ella.

Mis hijos son bendecidos porque tienen sus tres comidas diarias, gracias al apoyo que nos brinda la empresa puedo poner en práctica mis cualidades en la cocina y puedo enseñarle al mundo que sí se puede.

Mis hijos son una parte de mí y mi esposo siempre me apoya en lo que quiero. Le pedí una churuata y cuando llega del trabajo a las cuatro de la tarde busca la manera de traer la madera, se pone poco a poco hasta que lo hace. Pelea a veces porque no descansa pero nunca me dice que no. De poquito en poquito se van construyendo las cosas.

Escritura:
Odri Albornoz
Fotografía:
Chepina Hernandez
Lugar:
El Pilar, Sucre
Fecha:
12.3.2018
La sazón que hay que ponerle a la vida es la alegría y el entusiasmo.
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