El trabajo fue lo que nos unió. Mi esposo vino muy joven desde Hungría y yo dejé las montañas de Trujillo para instalarme en la ciudad. Los dos coincidimos en una pastelería francesa, él como ayudante y yo atendiendo al público. Nos casamos sin demasiado romanticismo y luego, con los hijos grandes, tuvimos la idea de montar un pequeño negocio.

El área pastelera siempre nos llamó la atención, así que por ahí nos fuimos. Mi esposo escogió el nombre en honor al río que atravesaba su antiguo hogar, el Danubio. No teníamos capital económico pero sí ganas de trabajar. Cada uno sabía hacer lo que le gustaba, él se encargaba de los pasteles mientras que yo los vendía a los clientes. 

Tengo ochenta y siete años y empecé con este negocio a los cuarenta años. La Danubio tiene en este momento cuarenta y siete años. He pasado mi vida tras este mostrador y me encanta. Lo mío es atender al público, siempre logro entrarle a la gente. Aquí han llegado señores bien mayores contando que la mamá los traía en el cochecito cuando eran pequeños, e incluso hemos llorado al recordar cómo los niños del colegio San Ignacio venían corriendo a comprar pasteles.

Aunque a veces, los dulces me amargan. No acepto la mediocridad, todo debe estar bien presentado y no siempre puedo estar en todas partes. Las cosas hay que hacerlas con dedicación y mucho amor, si no se hacen así, no salen. Lo que hago tengo que hacerlo bien. Esa ha sido la tradición en la familia, por eso la calidad es lo último que perdemos en la pastelería.

Ahora peleo conmigo misma porque el cuerpo ya no me da. Soy una persona enérgica a la que le cuesta entender que los años no pasan en vano. Y, aunque amo la ciudad y las comodidades que implica, cuando hay algo que me duele me traslado a mi infancia. Me veo junto a un pozo de agua muy cristalina, ese es mi refugio. 

Sin embargo, no me detengo ante las adversidades. Tras unos minutos de contemplación, no dudo en continuar la faena. De esta manera, me preparo para atender, una vez más, a todos los que quieran pasteles.

Escritura:
Camila Lessire
Fotografía:
David Niño Herrera
Lugar:
Santa Rosa de Lima, Caracas
Fecha:
4.8.2016
Las cosas hay que hacerlas con dedicación y mucho amor, si no se hacen así, no salen. Lo que hago tengo que hacerlo bien.
No items found.

Más Historias

Juegas...
Elijes...
Thank you! Your submission has been received!
Oops! Something went wrong while submitting the form.

La risa es infalible

Hans Hoj
He aprendido que la vida cambia mucho, y lo que te digo hoy de repente en unos años ya no es igual.

En mis zapatos

María Gómez
Todo el que me ve sabe que soy músico, lo llevo tatuado en uno de mis brazos así como está tatuado en mi alma. Soy músico.

La vuelta al mundo en un velero

Joaquín García
Me gusta todo lo que representa libertad, por eso quisiera volar como un ave. Sin embargo, si pudiera transformarme en algo, me convertiría en una ballena.

Soy un vivenciólogo social

Diógenes Córdova
Lo que se resiste persiste, lo que se acepta se transforma.

Me cago en…

Nelson Garrido
Tengo la plena confianza en mí mismo de que puedo ser flexible con la forma, con el afuera, pero que con mi filosofía, con mi pensamiento, soy irrevocable.

En la calle

Gerardo Rojas
Cuando me hallo frente al mar, y veo ese horizonte, el azul tan bonito, mis niñas jugando y mi esposa riendo, prefiero disfrutar el momento, guardármelo para mí nada más.
© 2023 Cultura Epix
PrivacidadTérminosCookies