Después de tener tantos años tratando de salvar al mundo entendí que mi tarea era contribuir a crear condiciones para que el factor humano se convierta en la base del desarrollo. Milité en la izquierda y me di cuenta de que muchos proyectos no se concretaban porque la gente era puro idealismo, puro discurso…
Vine a Benítez a promocionar el capital social. Para mí ser promotor social es ser un partero. La persona está embarazada, tú contribuyes a llevarla hasta que dé a luz, luego lo que ella decida es su problema. Uno agarra a esos muchachos para que se motiven, después ellos verán cómo vuelan. Hace falta un liderazgo nuevo, pero un liderazgo que no tenga que salvar el mundo sino que entienda que activando el potencial como ser humano también aporta a la sociedad.
A cada persona con la que me relaciono le digo: cree en ti mismo, valórate como eres no como deberías ser. Lo que se resiste persiste, lo que se acepta se transforma. Acéptate como eres y esa será tu base para transformarte. Ese entendimiento me permite crecer y me da una energía para salir adelante. Bastante energía sacrifiqué en mi vida tratando de cambiar el mundo. Seguía el paradigma de que tenías que sacrificarte a ti mismo por los demás. Sacrificar la pareja, los hijos, el hogar, por cambiar a la humanidad. Al final uno se pregunta… ¿y yo? ¿y nosotros?
La persona que me hizo reflexionar mucho fue mi mamá, Berta Córdova, que en paz descanse. Un día estábamos en un almuerzo en la casa y nos dice: “es que yo he visto que ustedes ayudan a to’ el mundo pero pareciera que nunca piensan en ustedes. Yo me enteré por ahí que le consiguieron casa a mucha gente… ¿y estos que estamos aquí no somos gente? ¿no somos familia de ustedes?”. Claridad en la calle y oscuridad en la casa. Ahí mismo mi morocho y yo nos declaramos en emergencia, salimos a una reunión extraordinaria y en la cena vinimos con la propuesta. Le dijimos que queríamos hacer la casa de bloques y en seguida nos dijo: “No… si ustedes hacen la casa aquí van a seguir en lo mismo. Vámonos de aquí para poder crecer”.
Creo que para conseguir un sueño hay que pagar un precio. Ese precio es ser perseverante, creer en uno, caerse una vez y levantarse veinte. Es apostar al futuro, visualizar las cosas. En la medida en que tú creas en tu capacidad como ser humano, entonces tendrás la capacidad de convertir los problemas en oportunidades. Las oportunidades se construyen, solo hay que ser creativo y creer en nosotros. Ese creer en nosotros significa que si yo creo en mí, también creo en ti.
Esta sensibilidad me la dio mi situación familiar. Desde pequeños quedamos huérfanos de padre y desde que teníamos siete u ocho años mi mamá nos enseñó a trabajar. A vender empanadas, dulces, ir al mercado, y el trabajo significó para nosotros una actividad digna. A los 17 años le dijimos: “mamá usted ya no trabaje más, ya usted cumplió. De aquí en adelante seremos nosotros”.
No le tengo miedo a los cambios, hay que arriesgarse. A los 58 años pagué el precio. Con 16 años de trayectoria decidí retirarme de mi anterior trabajo, renunciar. Fui calificado de loco. El trabajo es un medio no un fin, es parte de uno lograr ser y dar el mensaje. Lo peor que puede haber en la vida es hacer lo que no te gusta y hacerlo por obligación. Eso enferma, mata, es un veneno que te consume gota a gota y te amarga. En cambio cuando hay un proyecto de vida eso te da sentido, significado.
Yo soy un vivenciólogo social, estoy poniendo mi experiencia al servicio del país. Asumo las vivencias de la vida como un aprendizaje que permite fortalecer y construir experiencia. Eso me satisface, me hace sentir útil, me hace crecer. Apostar al futuro y al ser humano es mi razón para permanecer. La posibilidad de transformarte es una opción individual, nadie cambia a nadie, usted lo que hace es contribuir a crear condiciones para que ese ser humano crezca.
Hay que soñar y creer en los sueños. Cada vez estoy más convencido de que las nuevas realidades se construyen. Uno de mis sueños es que en este microcosmos llamado Península de Paria se pueda construir un semillero que sirva de referencia en Venezuela para que este país se recupere. Poder sentir que estoy aportando me hace feliz.
Soy auténtico, tú me ves como soy. Yo soy hijo de Berta Córdova, una mujer seria, fuerte de carácter. Yo nací así y hay gente que cuando me ve la primera vez dice “¡jum! ¿ese es Diógenes?”. Me ven como si yo fuera mal encarao. Después me conocen y están es “ay Diógenes es que yo pensaba…”. Soy un ser humano igual que cualquiera. Lo que pasa es que nosotros, los que venimos de izquierda, venimos de un proceso ideológico en el que éramos los arrechos, los come candela. Ese aspecto emocional nunca lo cultivamos. Ahorita soy un Diógenes más sensible, me río más. Todavía faltan muchas cosas por seguir mejorando, es parte del proceso. Pero del Diógenes que fue, por ejemplo, dirigente sindical al Diógenes de ahorita, no queda ni la sombra.
Mi sello son los valores y el corazón de mi mamá. Ella es una referencia en mi vida porque fue la que me enseñó con su ejemplo a ser perseverante, auténtico y a tener mucha humildad.
Estoy identificado con mi familia: mi esposa Estilita, que es un complemento importantísimo, y mi hija Dioelin, de 18 años, que está en Caracas. Esto ha sido un trazar juntos, entender que romper con círculos viciosos es crecimiento y que un retorno a cero permanente es pagar el precio.
Hay que vivir la vida y convertir cada paso en experiencia. Estoy convencido de que la vida es un eterno presente. Hay que vivir el aquí y el ahora. Y del pasado traer al presente las cosas que iluminan, que dan fuerza. Si estamos vivos es para aprender a ser felices.