Juego fútbol desde que tenía seis años. Me despertaba, veía a los hombres en la cancha que queda frente a mi casa, y para allá me iba. Al comienzo era muy difícil porque era niña y me decían: “tú no vas a jugar”. Ahora me piden para los partidos. En la última final, yo, la única niña en la cancha, llevé la cinta de capitán. Es una responsabilidad brutal. Estar pendiente de todo el equipo, animarlos, indicarles qué hacer: “muchachos cierren, corran, vengan”. Es llevar la batuta.
Me gusta realizar el juego sencillo, este se logra con gran esfuerzo y dedicación. Para mí es el juego más bello que hay.
La experiencia que más me ha marcado en la vida, no fue un juego, fue el campamento del Barcelona. Eran 150 niños y 20 niñas. De todas esas personas, escogieron a 20, yo fui la única niña que quedó. Fue la mejor semana de mi vida, aprendí y pulí muchísimo tanto en lo táctico como en lo futbolístico. La orientación que nos dieron fue genial. Esa experiencia y cuando fui a los módulos de selección de Venezuela, han sido muy importantes para mí. Lamentablemente, en la selección de Venezuela tuve una lesión de ligamento y no pude continuar en el segundo módulo. Ese mes me dejó una huella indeleble. Aún así no dejaré de intentarlo, creo que es un gran orgullo para un jugador representar a su país.
Yo tengo un lema, lo que tú visualices, lo puedes lograr. Siempre lo tengo presente y lo practico. Todo está en la mente. Estaba lesionada y me imaginaba en la cancha. Antes de un partido, me visualicé metiendo un gol de cabeza, y así ocurrió. Todo está en ti, no en el otro. No digas no puedo si no lo has intentado.
Esto se trata de cómo te desenvuelves. Si tú juegas muy bien, y tienes lo que se requiere: la humildad, el respeto, la unión con el equipo, lo tienes todo. Puedes ser la más crack, la mejor del mundo, si no colaboras con tus compañeros, si estás aislada, no vas a ganar nada. Estoy en primera división con Metropolitanos Fútbol Club, y estoy clara de cuáles son los valores que importan. Como equipo, lo más importante es la unión, saber que solo entre todas salimos adelante. Cuando una comete un error, no recriminar, si te pones a pelear, pierdes el trabajo: “marica, la cagaste”, caer en ese juego, es apostar a que todo se caiga.
Me llaman Tronchatoro, porque soy la segunda más grande del equipo. A veces me encuentro gente que me ven y dicen: “¡Mira a Troncha!”, me reconocen, y eso para mí son señales que me dicen: “no te rindas, ¡continúa!”. Mi meta es ser jugadora profesional. Y cuando cumpla mi límite deportivo, ser periodista deportiva.
En mi casa todos han jugado fútbol, hasta mi mamá. Mi familia ha guerreado siempre conmigo. Mi papá va a todos mis partidos, “papá llévame al entrenamiento”, “papá dame plata”, “papá venme a buscar”; lo fastidio mucho, le digo: “tranquilo, yo te voy a pagar todo lo que te debo”. Él es mi ejemplo. Muchas personas tienen el lema de: “papá cualquiera”, yo salí muy premiada en la vida y se lo agradezco a Dios todos los días. Quisiera comprarle otro carro, una casa. Nosotros no vivimos mal. Ni tenemos ni no tenemos. Y eso es gracias a él. Es taxista y se levanta a las dos de la mañana para ir a trabajar. Le echa un camión de piernas a la vida y se merece mucho. De mi mamá saqué el porte y la caja, su fuerza. También su personalidad. Mi mamá no se queda con nada. Yo soy igual, nada me lo guardo, siempre tengo que decir algo ya sea de tono alto o bajo pero no me lo quedo. Mi meta es nunca dejar de vivir con mis papás. Siempre ayudarlos, velar para que nunca les falte nada. Yo sé que seré grande en esta vida y que estaré ahí para ellos.
Me visualizo en las grandes, trabajando fuera del país, jugando con un equipo sólido, representando a Venezuela. Siento que me lo merezco. Nada en la vida es fácil, que te lo digo yo. Mi vida es una rutina: liceo, entrenamiento, mi casa. Me he perdido muchas cosas de la adolescencia. Me dicen: “Vamos a salir”, “¡no puedo! tengo entrenamiento”. “Vamos a una fiesta”. “¡No!, tengo que acostarme temprano, mañana tengo partido”. Son cosas con las que he tenido que lidiar, pero sé que al final valdrá la pena. Para mí no es opción rendirme. Solo si algo muy arrecho y fuera de mi alcance ocurriera dejaría de entrenar.
En la adolescencia te vas a dar encontronazos, para mí la mejor pelea es la que se evita. He estado en el límite más cercano antes de pelear, y he dicho, no. Sé qué batallas pelear, las escojo. La ira la controlo muchísimo. No me arrepiento de nada, no cambiaría nada, estoy agradecida conmigo misma y con Dios. Tanto de los buenos como de los malos momentos. De los malos he aprendido muchísimo, me han servido para orientarme; y de los buenos, ¡he disfrutado de más! Los pongo en una balanza y sé que seguiré en el medio, ahí, intacta.