Me gusta marcar la diferencia, no ser más de lo mismo. Tanto en la escuela, como en mis clases de danza ¿por qué? porque me gusta ser esa puerta abierta que les de la entrada a un ambiente agradable, amoroso, donde los niños puedan olvidar sus penas, o las situaciones difíciles que puedan estar pasando, sobre todo ahorita que la cosa está un poco dura. Me gusta ser ese transbordador a otra dimensión, que más allá de esas cuatro paredes del aula, sea un lugar donde encuentren juegos, risas, aprendizajes, imaginación, y puedan viajar a donde se les ocurra. Crear el mundo que quieren, en el que haya de todo lo que deseen. Donde puedan reír o llorar, pero siempre por algo bueno. Ese es “mi portal mágico” que yo llamo, y al entrar allí todos nos convertimos en magos, y podemos ser lo que queramos.
En el espacio de la danza mi necesidad es dar, regalar Arte, pero no guardármelo. Ofrecerlo de una manera distinta a como me lo enseñaron a mí. Tuve una enseñanza rígida, autoritaria, de maltrato, demasiado estricta. Entonces, si yo digo que soy pedagoga debo ser así en todos los contextos y espacios. Pero mi pedagogía es el amor. No hace falta que te maltrate para que hagas las cosas, sino que si te gusta y te apasiona vas a donde sea por eso. De mi parte les ofrezco a mis alumnos la confianza. Me gusta que me vean como una figura de respeto, como un apoyo, como esa persona que los puede orientar, pero que también vean que soy mágica, transmitirles alegría.
Por eso en mi portal mágico hay de todo, es como un libro, ahí podemos viajar a donde tú quieras, podemos cambiar de profesión, un día puedes ser chef, o ser maestro, otro día humorista, otro día astronauta. Hay un cajón mágico, donde entran unas historias y salen otras totalmente transformadas. También habita allí un señor bufón que le encanta hacer bromas y divertirnos todos los días. Él es guardián de un gran tesoro que está ahí. Ese tesoro es un corazón hermoso, multicolor, que llena de energía positiva y sonrisas a todo el mundo. Dentro del portal mágico también hay un árbol que cada mes florece de una forma distinta, de acuerdo a lo que los niños deseen. Por ejemplo, si este mes los niños quieren aprender sobre las mariposas, ese árbol se llena de puras mariposas, de muy diferentes tipos. Si el otro mes ellos quieren aprender sobre el sistema solar, el árbol se llena de diversos planetas, asteroides, estrellas. Si otro día quieren aprender inglés o chino, entonces surgen palabras en otros idiomas.
A la danza también le pongo su toque especial, yo no monto la coreografía por cuentas y palmadas, prefiero pintar la escena, dibujarla a partir de lo que la música me diga. De acuerdo al sentimiento que me vaya transmitiendo una frase. Así vamos construyendo cada movimiento para expresarlo con el cuerpo.
Cuando estamos en el aula, yo estoy en mi escritorio pero también me veo entre ellos, como una niña más, jugando y divirtiéndome. Ellos son mi reflejo. Aunque también los maestros son el espejo donde se reflejan los niños. Lo que yo veo es un arcoíris, porque veo la vida de muchos colores, busco lo alegre. Mi niña interna siempre está conmigo, dentro de mí. Nunca la he dejado olvidada ni he permitido que se me vaya. De vez en cuando la saco a pasear y a jugar. Hablo con ella y siempre le digo que me acompañe, que nunca me deje.
Tuve una situación personal muy difícil, en ese momento mi mejor terapia fueron mis veinticuatro niños. La alegría y el amor de mis pollitos me ayudó a superarlo. Porque ellos ya me conocen. Si llego así, triste, ellos me dicen: maestra, ¿qué tienes? Se dan cuenta enseguida. Entonces te dicen: ¡maestra yo te quiero!, ¡vamos a cantar! Esa es mi terapia, mi desahogo cada día. Yo creo que la canción del mundo es la sonrisa de un niño.
Debemos cuidarnos de no perder la humanidad. Y perder la humanidad es olvidar lo que somos, nuestro sentido. Si estamos en la escuela, el norte son los niños. Esos que pierden la humanidad son como cáscaras vacías que van quedando. Es como dice la biblia: “Las almas se enfriarán”. Esa búsqueda de poder en el mundo es lo que causa eso. El “yoísmo”, el egoísmo. El dejar de fraternizar. A mí me verás siempre como una guerrera, luchando porque mis niños sean tomados en cuenta, sean considerados, tengan lo que necesiten y sean felices. Tengo mucha fe en ellos, porque ahí es donde está la semillita, la ternurita más pura, donde se puede sembrar lo que después dará sus frutos.
A lo que le temo es a la inseguridad que se está viviendo. Sé que todos los días, aunque yo salgo a hacer el bien, está ese monstruo por ahí rondando. Si tuviera la oportunidad de encontrarme con ese monstruo y verlo a los ojos, le diría: vamos a cambiar la realidad. Le ofrecería un abrazo sincero, desde el corazón. Porque de repente a ese mal que uno ve por ahí lo que le hace falta es amor. No creo que ningún corazón sea tan feo, ni tan perdido. A esos que se han enfriado yo los invitaría a volver, a recordar, a regresar.
La situación del país es la prueba de fuego para cada uno de nosotros, para saber si realmente en lo que trabajas es lo que te gusta, porque así sea en una churuata con cuatro pupitres, en medio de la escasez, tú das clases. Ese es el reto que nos está tocando vivir.
A veces me pregunto qué sería de mis niños si yo no estuviera aquí. Y la verdad es que no me veo haciendo otra cosa ni en otro lugar. No me veo contemplando otro paisaje. Para mí Paria es vida, es un paraíso. No solo por toda la belleza natural que tiene, sino también por la calidez de su gente. Tenemos mucho potencial y nos toca aprender a valorar eso. El pariano nunca ha abandonado sus tierras. Sigue trabajando, levantándose temprano, tejiendo sus cestas, produciendo sus frutos. Somos emprendedores.