Este proyecto comenzó entre el sentimiento y el sueño de mi cuñado José Antonio Abreu y la perseverancia de los dos. Todas las semanas inventábamos una obra para tocar. Hasta que un día, años después, logramos la mayor audiencia en uno de los teatros más importantes del mundo. La orquesta sólo tenía un año de fundada. Fue un momento mágico e irrepetible que quedará grabado por siempre en mi piel y mi memoria.
Cuando regresamos de ese maravilloso concierto en nuestra pequeña gira por Europa, nos recibieron como héroes. Desde entonces no he parado ni un sólo instante de hacer todo lo posible para que la música llegue a todos los niños de Venezuela. Comenzamos a fundar núcleos en todo el país y habíamos fundado ya la Orquesta Simón Bolívar. La meta es que cada niño tenga su propio instrumento y lo hemos estado logrando. Esto me llena de una satisfacción infinita, hace que me estremezca de felicidad tanto ahora como en los primeros años de trabajo.
Si bien he sido siempre músico, desde pequeño siempre me gustó la fotografía. Un día, como en el año 1976, un señor francés vino a dictar un curso de cómo marcar partituras, cómo descifrar una partitura completa, visualmente, desde la primera hasta la última nota. Eso se convirtió en mi obsesión al punto de haber fundado el centro audiovisual de la Orquesta, donde están todos los registros fotográficos de cada ensayo, cada concierto, cada triunfo. Fue así cómo me convertí en el productor. Ese es mi trabajo principal. Aunque siempre estoy inventando, musicalmente, cosas. Me gusta mucho la alegría, juntarme con los amigos a tocar. Montamos parranda en mi casa.
De pequeño, yo no hablaba sino que cantaba. Esto me viene porque me crié en una familia de músicos. Así empezó mi vida musical y no he hecho otra cosa en mi vida más que dedicarme enteramente a este mundo infinito de notas musicales.
He estado detrás de cada persona y niño que conozco y los he ayudado. No me gusta ser el protagonista. Me gusta estar en todo pero no figurar en primera plana. Lo más hermoso para mí no está en el reconocimiento que puedan hacerme sino en la satisfacción de brindar felicidad a los demás a través de la música. Esa es mi mayor recompensa. Me gusta dar sin recibir más que la alegría tanto de los músicos como del público.
Siempre estoy descifrando la música para llegar a su magma, a su centro más puro y virgen y también fotografío la parte íntima de la orquesta. Me meto en medio de todos los músicos dentro y fuera del escenario.
Yo siembro la alegría y la música en el alma de los niños. Por eso siempre busco lo que no está escrito en las partituras, busco en ellas la piel del autor y se la muestro a los demás. Es así como hacemos brillar la música en el mundo. Esto se debe a esa peculiar manera del venezolano de hacer estallar los instrumentos musicales generando un éxtasis indescriptible en el público fuera de nuestras fronteras.