Yo siempre hice deporte. No podía ver cualquier pelota porque me metía a jugar. Mi infancia huele a cancha de fútbol y campo de béisbol, a niños sudados corriendo y rodillas raspadas. Es lo que me apasiona. Cuando entendí que existía un área muy específica que se llama Deporte para el Desarrollo, que combina el desarrollo deportivo con el social, fue como la carta al Niño Jesús que se me hizo realidad.
En Venezuela nadie combinaba estos dos aspectos, cada uno se desarrollaba independiente del otro. Algunas personas empezaban a preguntarse qué pasaría si se mezclaban, pero todavía no había una organización que lo hiciera. Un día me conecté con un par de locos que estaban en la misma onda que yo. Cuando investigamos nos dimos cuenta de que era una corriente global increíble, con una cantidad gigante de recursos y organizaciones haciendo grandes cosas. No hubo chance de pensarlo mucho, dejé lo que estaba haciendo, cerré ciclos por otros lados y dije: Es por aquí. Si no hiciera lo que hago ahora estaría en algún lugar siendo muy infeliz, en una oficina, por ejemplo, siendo el ingeniero que mi mamá quería. Lo que no sabe es que fue precisamente ella quien me enseñó a conectar con la gente y me influenció para estudiar Sociología. Tú la dejas a ella diez minutos y se hace amiga de todo el mundo.
Desde niño estuve metido en cosas sociales. Mi familia tiene una historia venezolana que se repite, el grupo que vino del interior a la capital a buscar oportunidades. Llegaron a un sector con muchas carencias y poco a poco, con trabajo, fueron recuperándose. Me hicieron entender que lo más importante es ayudar sin pensar que eres mejor que el otro sino conectándote con ellos. Siempre me gustó el tema de ir a la comunidad. Me encanta viajar por todos lados. Ir a visitar comunidades, sin importar dónde, y así descubrir lugares insólitos de Venezuela. Estudié Sociología en la Universidad Católica, ahí empecé a trabajar en temas culturales que implicaban hacer trabajo social. Desde entonces entendí que es posible ayudar desde lo que tú eres y haces.
Tengo un juego con mi sobrenombre ‘Papelón’. Cada vez digo un cuento diferente de cómo surgió, que puede ser el verdadero o no. Cada quien decide si creerme. Me dicen así porque de niño se me chorreó un jugo de estos encima en el colegio, pasé pena en público y los demás niñitos comenzaron a decirme así: “Papelón, Papelón, Papelón” y así se quedó. Luego, alguien lo dijo fuera del colegio y se fue regando como un virus pegajoso. Se convirtió en algo que se parecía mucho más a mí, bien chévere y muy venezolano.
Ahora es tan loco que tuve que debatir con el decanato si podían dejarme poner mi sobrenombre en la boleta electoral de la universidad, porque nadie sabía quién era Héctor González. Tuve que contarles a todos mi verdadero nombre. Cuando visito las comunidades me presento como Héctor pero siempre hay algún chismoso que les dice que me llamo Papelón, y está bien, ese es más fácil de recordar.