Me llamo Keyver Graterol y vivo en la Pastora. Tengo veintitrés años viviendo aquí. Mi historia comienza con mi bicicleta, andando pa’rriba y pa’bajo, coleando a las camionetas. Así estuve por un tiempo hasta que me compré mi primera motico trabajando en plomería un año y pico. Un día mi hijo cayó enfermo. Mi vida es mi hijo Keyverson. Uno de esos días en los que te pasa de todo, salí en mi motico a buscar unos resultados en el Hospital de Niños, Keyverson estuvo muy enfermo, estuvo hospitalizado por veintiún días, cuando salí del hospital ya mi motico no estaba. Me la habían robado.
Con mi motico voy y vengo, pa’rriba, pa’bajo, trayendo el alimento a mi casa. Me he recuperado tres veces del robo de mi moto. Y puedo recuperarme mil veces más de ser necesario. Yo no puedo pensar en robar, no quiero que mi hijo aprenda eso. Yo estoy completamente perfecto, mi cerebro funciona bien, así que puedo trabajar y comprarme mi moto tantas veces sea necesario para ayudar a mi familia, traer el sustento a casa y ayudar a quien pueda.
Mi tío fue un señor de muchos vicios, andaba en malos pasos. Cayó preso ocho veces. Lo que fácil te llega, fácil se va. El dinero mal habido, rápido se va.
Cuando yo tenía catorce o quince años no quería estudiar, no quería hacer nada. Andaba con mi bicicleta como un vago pidiendo dinero, estaba sucio... Mi mamá me espichaba los cauchos con un cuchillo para que no me fuera. Un día me llamó mi tío para ir a visitarlo en la cárcel. Fuí con mi abuela. Me di cuenta de que ese lugar era lo peor del mundo. La guardia te manda a quitar la ropa, los pantalones: “¡agáchate!”, me decían, te sientes humillado. Da rabia, y el corazón se te quiere salir del susto. Subí por unas escaleras de hierro y cuando llegué donde estaba mi tío, lo vi afeitándose la cabeza con un lápiz que atravesaba una hojilla. Arranqué a correr y me puse a llorar. No puedo pensar en robar, por mí, por Keyverson.
Un amigo mío me planteó un proyecto para trabajar con los niños y me pareció perfecto. Hay muchos niños por aquí que sus familiares no tienen dinero para sacarlos. Cada vez que ellos están jugando en la zona yo llego con mi motico y me pongo a jugar con todos. Saco una musiquita para que ellos oigan mientras juegan con sus peloticas de teipe. Cuando me pongo a hacer las peloticas mi hijo me pregunta: “Papá, ¿para qué haces eso?”. Yo le digo que es para que los niños se motiven a jugar. Él entiende y me ayuda, mi hijo es un niño que si tú le pones una computadora sabe cómo encenderla y cómo apagarla. Sabe dónde va a buscar su juego y lo que tiene que hacer. Es un niño que sabe escribir. Siempre quiere estar conmigo. Me tiene loco porque anda con la fiebre del papagayo.
Ahora soy Dj, empecé con clavo y madera, tenía unos audífonos americanos que me regalaron. Todo en la vida no es solo lo material. Lo material se recupera, hay cosas más valiosas. Y para mí mi hijo es todo.