Siempre me da nostalgia regresar al 23 de Enero y a su cancha porque toda mi vida transcurrió aquí. Desde los catorce años tuve la iniciativa de estar aquí entrenando, aunque no tengo ni un solo trofeo. Los que tenía me los rompió Leandra, mi hija, cuando comenzó a caminar; pero no me molesta en lo absoluto porque ella y Sioux Jr. son mi mayor inspiración.

Quien me contagió el baloncesto fue la profesora Jennifer Gil. Yo ya entrenaba aquí en el 23 así que ella me llevó a mi primer partido en las Naciones Unidas. Después de ahí me iba solo, sin decirle a mi papá, a seguir inyectándome baloncesto.

Mis padres, Luis y Doris, son profesores, así que yo tenía esa vena de la enseñanza. La vena de entrenar se desarrolla gracias a Elena Estévez, quien me dio mi primera oportunidad cuando yo tenía unos 15 a 16 años. Agarré mucha escuela con grandes monstruos del baloncesto, yo era una esponja.

Mi vida siempre giró en torno a un estilo de vida, al baloncesto. Mis almohadas eran balones. Todos me ayudaban y me apoyaban, mis primos: Alberto, Roberto, Carlos y Gustavo, con quienes viví durante 13 años. Mi abuela, mi mamá, mi tía, mi abuelo, mis hermanos Odra y, sobre todo, Eliud que es quien se ha comido todo ese básquet conmigo. Si yo tuviera que volver a nacer, elegiría ser yo de nuevo. Mucha gente podría decir que sería aburrido, pero con la familia nunca es aburrido. Tampoco con el baloncesto. En la cancha siento que patino, me deslizo de lo fácil que me puedo desplazar, soy feliz.

A los del 23 nos miran como peleones. ¡Sí, somos luchadores! Luchamos por nuestros espacios, por lo justo. De alguna manera, en mi profesión o estás o no estás en la política; si estás, sí puedes ser considerado, sin importar tus logros o metas. Eso no debería ser. Y había que ganarse el respeto de la gente aquí en la cancha, es un territorio, y aquí ganarse el respeto no es fácil.

Me costó mucho. Aquí en Venezuela no valoran al criollo, al menos como entrenador. Y parece mentira, pero las escuelas de baloncesto son contadas. Lo que pude hacer, creo que lo hice bien.

Uno tiene que creer en lo que uno hace. Llegamos a ganar partidos, con la fe puesta en mis muchachos y en mi San Antonio, que todos pensaban insalvables. Llegamos a perder contra equipos extranjeros en su tierra, También llegamos a ponerle el máximo corazón para regresar a su casa y ganarles. Aposté por chamos como Ernesto Mijares, y gané. Pero también sufrí pérdidas irreparables de muchos otros que se escaparon de mi ojo vigilante, y me duele.

Pero yo sabía que había que formar, que educar, en especial por la zona. El deporte corrige, ayuda a crear lazos, a enseñar a trabajar en equipo, a tener responsabilidades, a plantearse metas, a tener espíritu competitivo. Por eso a mi primer equipo lo llamé The Best Future, quienes ganaron el primer campeonato en el que participaron.

El trofeo no dice que eres campeón, y yo no los tengo; pero sí me siento campeón cuando veo a todos esos chamos a los que entrené que ahora son graduados, son padres, son excelentes personas, son ciudadanos y son de aquí, de mi 23. Tal vez ese sea mi trofeo.

Escritura:
Lorena Quijada
Fotografía:
Pedro Tovar
Lugar:
23 de Enero, Caracas
Fecha:
2.6.2017
Había que ganarse el respeto de la gente aquí en la cancha, es un territorio, y aquí ganarse el respeto no es fácil.
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