Creo que la vida me resultaba fastidiosa de niña porque del tiempo en el exilio no tengo muchos recuerdos, solo flashes. Hablo suponiendo que conocen a mis padres. Para mí no fue extraordinario ser hija de un Presidente, Raúl Leoni. Me casé a los veintidós años. Ya mi papá había fallecido. La boda fue en septiembre y mi mamá había muerto en enero. Durante la campaña electoral de mi papá, a ella le descubrieron cáncer. La operaron y a los pocos días se levantó para apoyarlo. Le decían: “Menca guarda reposo” y ella respondía: “Tengo que estar bien porque si no Raúl se derrumba”.
Más tarde, cuando enviudé, empecé a trabajar en la cancillería. Hasta ese momento había sido ama de casa. Luego, por casualidad de la vida, llegué a Petare. Me preguntaron si quería lanzarme a un cargo porque una persona se había retractado a última hora. Alguien sugirió mi nombre y acepté. Fue así como quedé electa concejal y salí al mundo de una manera diferente. No tenía experiencia administrativa, pero sí el deseo de hacer y de trabajar, además de esa vena social que por herencia estaba presente. De una vez pregunté si podía estar en la Comisión de Educación y Cultura.
Siempre estuve rodeada y atraída por el arte, en viajes, cuando acompañaba a mi mamá a inauguraciones y hasta en las manualidades que hacía. Pero el arte popular lo conocí cuando llegué a Petare, antes no había visto una obra así. Quedé impactada. El arte popular es distinto, tiene una libertad enorme para la expresión. Soy directora del Museo de Arte Popular de Petare, he sido directora de este museo en dos ocasiones.
Desde que llegué a Petare no he dejado de estar activa y trabajando, es un truco de la vida para estar motivada. Digo que soy “doble viuda”, dos intentos. Cuando faltaban quince días para volverme a casar perdí a mi prometido. Luego, perdí a mi hija. Han sido cosas muy trágicas pero creo que el trabajo es una tabla de salvación. Me han tocado momentos duros y difíciles pero de todos he salido, porque cuando tienes tragedias como las que me han pasado a mí, si te paras te hundes.
Por lo que he vivido, la gente me pregunta si soy muy valiente. Pero yo no sé. No sé qué decir. Es algo que está en mi forma de ser. No hallo mérito en eso, simplemente, siento que siempre tengo que estar buscando la manera de seguir adelante. Pienso que Papá Dios está allá arriba y él nos ayuda a echarle pichón. Más aún cuando pienso en mis hijos y en mi nieto de diez años, todos ellos me dan el impulso.
La felicidad más grande ha sido ver a mis hijos y a mi nieto nacer. El museo es como otro hijo para mí, acá tengo puesto el corazoncito. Tantas cosas me hacen feliz todos los días, un pajarito bien parado en una rama o el olor de la grama pero, sin duda, compartir con el arte me ha traído mucha felicidad. Cuando ves el resultado, cuando ves a las personas apreciando lo que has hecho. Y, cuando veo la alegría de quienes vienen al museo, entiendo que a través del arte se pueden lograr cosas valiosas.