A veces me pregunto cuál es mi camino, puede que uno se empeñe en algo pero el destino te lleva hacia otro lugar.
Hasta los 17 años, la música para mí era una rutina del Emil Friedman. Si ingresabas, era porque tus padres querían que fueses músico. Con el tiempo, comencé a sentir que esto era lo que me gustaba.
Si uno viene al mundo es para algo. Si logro hacer feliz a alguien, eso me da felicidad a mí. Así que, después de tanto insistirle a mi madre, iniciamos esta Fundación. Aquí no sólo damos clases de música, sino que también sembramos valores. De nada te sirve tener un gran músico, es necesario formar una buena persona.
La idea de mi madre era iniciar un negocio rentable, como una peluquería o un restaurante. Sin embargo, ella confió en mí y en esto me ha apoyado al diez mil por ciento. He visto su coraje para seguir adelante ante cualquier adversidad. Sufrió mucho con la pérdida de mi padre y de mi hermano mayor cuando yo estaba pequeño, y se enfocó en mi cuidado. Su fortaleza ha sido uno de los mayores ejemplos que he recibido.
Hace dos años audicioné para la Berklee College of Music y fui aceptado, me asignaron una beca pero ésta cubría sólo una parte de los gastos y el resto era muy costoso para mí. Por otro lado, participé con la Fundación en un programa de responsabilidad social empresarial y, aun siendo nuestro primer año, sin siquiera saber hablar bien en público, me posicioné por cuatro años consecutivos entre los primeros lugares a quienes les otorgan financiamiento. Aunque me doy cuenta de la responsabilidad que tengo con la Fundación, sigo perseverando en lograr mi gran sueño, que es, algún día, componer música para cine.
He entendido que la música va más allá de la musa o de lo bohemio, de allí parte, pero para hacer proyectos que generen un cambio en la sociedad no llegas sino en función de un tiempo y un cronograma para producirlos, trabajando diariamente.
Las respuestas de la vida uno las tiene en el corazón, pero éste no te deja ver todo…