Desde los ocho años he estado comprometida en trabajar con la gente. A esa edad iba a la iglesia a enseñar a leer a los niños. Para mí era como hacerlos descubrir el mundo. Me iba sin desayunar desde las siete de la mañana hasta las dos de la tarde que aparecía en mi casa. Mi mamá le decía a mi papá: “a esa te la van a traer desmayada un día”… Yo veía sus caras y en el fondo sabía que estaban orgullosos de lo que hacía.
Estudié Educación, mención Ciencias Sociales. Llegué a esa carrera por accidente. Aunque no era mi vocación, descubrí que esa profesión era un compendio de todas las cosas que quería hacer.
Me hice religiosa a los 25 años. No era tan joven pero desde los 18 estaba tomando la decisión. Me motivó lo mismo de siempre, poder ayudar a los demás. A los 55 años me di cuenta de que ya eso no era mi espacio y que mi vida había evolucionado. Si el ser humano pone atención a las etapas que va viviendo, va fortaleciendo su identidad y no se queda anclado.
Dejar la congregación fue una sanidad muy grande. Para mí un acontecimiento generador de vida. Yo no morí a nada, simplemente resucité a otra vida. No veo esos treinta años como tiempo perdido, esa experiencia me sirvió como plataforma de despegue para todo lo que estoy haciendo ahora.
Me dio miedo tomar la decisión y lógicamente estuve desestabilizada. Al poco tiempo me diagnosticaron cáncer en un seno. Cuando recibí el diagnóstico estaba trabajando con Programación Neurolingüística, Psicología Positiva. Me di cuenta de que era una manifestación de la emoción que tenía. La enfermedad, según la gravedad, trata de la profundidad de las emociones que vives.
Cuando me hicieron la punción para la biopsia y vi mi seno todo vendado, comencé a hablar con él; ya me habían explicado lo que iba a pasar si me operaban. Empecé a preguntarle a mi seno: ahora ¿qué va a pasar? ¿Te voy a perder o te vas a quedar? Le dije que no quería perderlo. Después hablé con el tumor, le di las gracias por venir, le dije que yo no lo quería ahí, que no entendía para qué había venido, pero que tenía que irse... Han pasado más de cinco meses y el tumor ya no está. Y lo único que tomé fue zanahoria, porque me dijeron que era buena.
El cáncer me hizo descubrir que Dios me ha dado una fortaleza increíble, me reconcilié conmigo misma, ahora me amo y me admiro más. En el momento en que me dijeron lo que tenía, me di cuenta de que amo la vida y que muero cuando yo quiera, no el día que quiera una circunstancia externa a mí. Nunca opté por la muerte, soy cristiana y creo en la vida eterna, no como algo que está después de la muerte sino como algo que se da ahora. En este momento estoy viviendo la vida eterna.
Mi presente me encanta. Desde hace muchos años quería crear una institución que se dedicara al trabajo con los jóvenes, así nació Fundamad. Los jóvenes son nuestro “ahora” para el futuro. En lo personal, con cada joven que llega a mi vida me renuevo. Considero que los jóvenes son flores de loto, sobre todo los de las zonas populares, hacen cosas extraordinarias a pesar de su entorno.
Este mundo está hecho para permitirte cumplir tus sueños, aunque sean los más locos. Hay que tener siempre presente que no somos los dueños del mundo pero sí los hijos del dueño. Mi mensaje para las personas sería: eres infinito. No se realiza lo que tú no quieres. Yo soy Magister en Biblia y puedo decir que toda la Biblia se resume en dos frases que Dios le dice al hombre: “estad alegre”, “yo estoy contigo”. Lo he leído en varios idiomas, y si de algo te hace responsable es de que: “te has olvidado de quién eres”. Si Venezuela fuera una persona le diría eso, “te has olvidado de quién eres”. Nos hemos olvidado de quiénes somos.
Dios nos puso aquí para ser felices.