En el año 2010 se reabre el caso de la muerte de mi hijo. Tuve que presentarme en la fiscalía y volver a escuchar -ahora con más detalle- el expediente de su muerte. Me enteré de cosas que no sabía. Yo temblaba mientras escuchaba, sentía que estaba viviendo de nuevo su muerte, como si fuera el primer día. ¿Por qué tengo que volver a pasar por este momento de dolor? -le reclamaba a Dios.
El 3 de diciembre de 1999 mataron a mi hijo. Y el 15 del mismo mes perdí mi casa en la tragedia de Vargas. El agua se llevó más de la mitad de Catuche. Yo criticaba el llanto de todas las personas que a mi alrededor lloraban porque habían perdido sus casas. Para mí el dolor que yo sufría por la pérdida de mi hijo era mayor. En ese momento lo veía así. Mi dolor era más grande. Quisiera que ninguna madre tuviera que vivir el dolor de perder a un hijo, es muy fuerte, nunca logras superarlo. Aprendes a vivir con ese dolor, pero nunca lo superas. La verdad es que no sé cómo terminé colaborando con la sociedad cristiana.
Siempre me ha gustado echar broma con las mujeres de la comunidad cristiana, iba a la parroquia solo para eso, tan pronto el padre comenzaba con su actividad me retiraba. Pero, un día el padre José en una reunión comenzó leyendo “El hijo pródigo”, es un capítulo de la biblia. Ese día algo me pasó -no lo puedo explicar- esa lectura me llegó hasta el alma. A partir de ese momento comenzó mi compromiso con la comunidad cristiana.
Me siento muy orgullosa de haber vivido en Catuche, en el Guanábano, esa ha sido mi ‘Universidad de la vida’. Este lugar tiene algo muy particular y es que a donde tú llegas lo primero que te ofrecen es café, o te ofrecían porque ahora no hay. Aprendí a tomar café, antes no me gustaba, en la comunidad cristiana siempre me ofrecían y yo decía que no. Me tocó aprender a tomar café. El padre Joseíto me dijo que tenía que aprender a recibir. Él es mi maestro.
El dolor se me va a quitar el día que yo me muera. Suelo pensar en el sufrimiento de la madre del muchacho que mató a mi hijo, pienso que su dolor es peor que el mío, por eso creo en la posibilidad de que existen otras soluciones mejores que la cárcel. Una de las cosas que aprendí en la vida, no sé, o me enseñaron en mi casa, es que todos somos iguales. Si un muchacho mata a otro, es porque algo le está pasando. Entonces, ¿meterlo en la cárcel será la solución?
No podemos quedarnos sentados a esperar mientras nuestros muchachos se están matando.