Desde joven decidí trabajar por una necesidad de demostrarme a mí misma y a los demás que yo podía mantenerme por mis propios medios. Esto coincidió con la muerte de mi papá, que era parte importante del sustento de la casa. Fue algo muy duro para mí pero a la vez fue un gran impulso en mi vida, así como lo ha sido también mi madre, una mujer luchadora y trabajadora a quien admiro muchísimo.

En esa búsqueda de ganar dinero e independizarme, apenas a mis dieciocho años, obtuve mi código para vender seguros y empecé a laborar como agente exclusivo, a la vez que estudiaba en la universidad. Siendo tan joven tuve que ganarme la confianza de mis compañeros de trabajo y de los clientes, la mayoría mucho mayores que yo. Me ayudó mucho mostrarles una actitud abierta, pero respetuosa y seria con mi trabajo, para que no pensaran que uno llegó ahí a creerse más que nadie. Al final, conformamos un equipo muy bello. Aprendí mucho de ellos. Todos fueron un gran apoyo y los recuerdo con cariño.

Después de graduarme en Administración Comercial me empecé a cuestionar a mí misma si yo realmente era feliz haciendo lo que hacía. Si realmente había sido feliz vendiendo seguros, haciendo todo lo que había hecho hasta ese momento. La respuesta fue: No. Así que todos los días me despertaba y me preguntaba qué hacer.

Desde niña siempre estuve interesada en la cocina. En la casa ayudaba a mi mamá, pero no lo veía como una profesión. Mi ilusión era ser una ejecutiva, y ponerme tacones, vestir elegante, ser una importante gerente de un gran hotel o algo parecido. De hecho, por eso fue que estudié administración comercial, pero luego me di cuenta de que una cosa es la teoría y otra la práctica. Y que eso no era lo mío. Así que renuncié a todo.

Supe de una escuela de cocina, me interesó probar esa opción y me inscribí. Poco a poco me iba fascinando más y más la cocina, pero lo que me llenó plenamente fue la panadería. Así que me dediqué a eso, y en paralelo hice un taller de panadería especializado. Comencé a hacer pan en la casa por mi cuenta y ya me imaginaba vendiendo mis propios panes.

Un día Jean, mi esposo, me regaló un horno, eso fue una súper sorpresa. Enseguida pensé en comenzar a producir panes para la venta, porque ese horno era muy grande para la casa. Entonces busqué a Zelmida a quien conocí estudiando panadería, y le propongo la idea de emprender este negocio. Yo veía en ella a una muchacha responsable, comprometida, apasionada por la cocina, pero sobre todo a una gran amiga. Ella inmediatamente aceptó. Eso fue muy importante porque no es fácil comenzar un sueño sola.

Iniciamos el proyecto comprando una amasadora. Luego invertimos en la nevera y en una mesa amplia. Ubicamos un espacio aquí en la casa que antes era un depósito y lo desocupamos. Compré el fregadero, lo instalamos. Limpiamos, arreglamos, hasta que un buen día dije: “¡Ya tenemos todo, es el momento!”. Y así nació Pandía.

Creo que nuestros panes tienen ese sello artesanal, un trabajo humano y sobre todo nuestro amor y pasión por lo que hacemos, y eso hace que nuestros panes se vendan por sí solos. Lo más bonito que me ha dejado esta labor es saber que en cada cosa que hacemos en Pandía están implicadas nuestras manos. Que obramos para que lo que alguien más coma sea de calidad. Mis manos son obradoras de un buen pan.

Amo el pan, no hay un día que me levante y no coma pan. Creo que la vida sin pan sería un poco triste. Para mí lo más hermoso es saber que cada pan que hago tiene mi huella personal, es como mi hijo, y si además cuando lo ofreces a la gente, les gusta, creo que eso es algo maravilloso. Nada de lo que he hecho en mi vida tiene desperdicio, al contrario, todo me ha servido para llegar a esta felicidad que he encontrado en la panadería.

Escritura:
Alexandra Cona
Fotografía:
Arnaldo Utrera
Lugar:
Country Club, Caracas
Fecha:
13.3.2017
Creo que nuestros panes tienen ese sello artesanal, un trabajo humano y sobre todo nuestro amor y pasión por lo que hacemos.
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