Si hace unos años me hubiesen dicho que iba a ser facilitadora de Access Consciousness, trainer del Círculo de Realización Personal y estudiante de Kabbalah, y que además tendría un nombre adicional en hebreo, Rivka, simplemente habría dicho: ¿qué? ¿yo? ¡nah!
Mi vida era un acelere, quería todo de ya para ya y a mi manera. Esa actitud me llevó a tener una estabilidad como Agente de Seguros, casarme y tener a mis dos hijos, pero también me hacía actuar desde la agresividad sin importar a quién me llevaba por delante, incluso elegía en contra de mí misma cuando el instinto me decía que ese no era el camino pero seguía porque ya lo había convertido en un objetivo.
Ser femenino es atraer las cosas a tu vida con suavidad, con calma. Cuando vi eso pensé: ¡a mí no me lo enseñaron nunca! Mi papá me enseñó a defenderme. Si iba a una fiesta, me decía: “No aceptes tragos de nadie porque significa que tienes que dar algo. Lleva tu carro y tu plata”. Aprendí a ser más que independiente, a creerme superpoderosa. Estudié Seguros en Nueva York y dejé de lado mi sueño de ser cantante porque eso “no daba”. No lo supe. Quizás daba mucha felicidad.
Después de que me divorcié del padre de mis hijos -sobre lo que mi sexto sentido me advirtió pero lo ignoré- atraje a alguien que me derrumbó, que atropelló las bases débiles de la idea que había construido de mí y me dijo: No eres lo que crees que eres.
Diariamente tenía que contarle a esa persona todo lo que hacía, y sobre eso emitía juicios que me hacían pensar: ¿será que estoy haciendo mal? Me hizo dudar de mí hasta en cosas tan cotidianas como llevar a mis hijos al fútbol y esperarlos, porque podía ser que había otro hombre mirándome, y, quizás, la manera en que estaba sentada era provocativa para que alguien se me acercara. Me empecé a aislar hasta que mi vida se redujo a mi trabajo. Me volví codependiente. Para decidir cualquier cosa necesitaba su opinión.
El momento crucial fue un diciembre que los chamos no estaban conmigo. Yo había planificado un viaje y él agarró y me dijo que no estaba preparado para irse conmigo, pero tampoco para que yo me fuera sola. Ese 31 me quedé en casa, sola, vestida, con una copa de champaña. Me despertaron los fuegos artificiales. Al siguiente día me fui a una plaza de Caracas desde donde se ve el Ávila y dije: Tú me debes estar preparando para algo grande porque este dolor es muy fuerte.
Quien no ha estado en estos zapatos puede decir que es una bobería. Pero hay que ver que es bien fregado darte cuenta de que cediste todo tu poder a alguien, solo por querer complacerlo. Y más duro todavía, en medio de esa situación, admitir que eso pasó por tu desconexión contigo misma. Aquí fue donde empezó el camino de vuelta a mí, empecé de cero a conocerme como si hubiera perdido la memoria, a armar los pedazos de mi identidad desmoronada.
Explorando herramientas y reconociendo -muy a pesar de la Carla autosuficiente- que requería ayuda en este proceso, empecé con un psicólogo, seguí con un terapeuta, y encontré la Kabbalah, pero todavía no entendía. El Círculo de Realización Personal me ayudó a aterrizarlo. Me hizo ver que si partimos de que todo es energía, existen estrategias para aplicar la ley de atracción y conectar con eso que quiero. Comencé a conectar con el hacer desde el amor, y eso incluía el amor a mí misma, el darme cuenta de que no había nada malo en mí y que era la misma Carla Loyo de antes pero ahora con más conciencia sobre mi poder de decidir a mi favor.
En todo ese tiempo hubo momentos de mucha tristeza, pero mis hijos me ayudaron a evaluar el proceso. Un día, uno me dijo: “mami, sigue con tus cursos porque te están haciendo bien”. Me volví más paciente, más amorosa, compartía más con ellos. Me hacía bien y a ellos también. Había dejado de cantar y un día me pillé cantando y supe que estaba feliz.
Luego una amiga me mostró la herramienta del Access: “eso es ponerle las manos en la cabeza a la gente y activar unas barras”. De la primera sesión salí como leeenta, pero con una sensación que había querido descubrir: estar presente, no acelerada; siendo capaz de tomar decisiones escuchándome. Y ese mismo día, en la noche, sentí: Ya estoy lista. Tenía dos años planificando irme a República Dominicana, pero el tema de los chamos, que el papá no me dejaba, el apego a la casa, muchas cosas que no terminaba de soltar. Empecé a embalar y en un mes y medio me fui.
Como me vuelvo fanática de las cosas, ahondé, ahondé y ahondé en todo, y se me abrieron puertas; se dio la oportunidad de ir a Estados Unidos y convertirme en facilitadora de Access, herramienta que todavía en Venezuela y en Dominicana está poco difundida.
Hoy ya cuento con más de 25 años en los Seguros, y agradezco todo lo que me ha dado esta carrera, mi base económica y las personas que he conocido, pero estoy en una etapa en la que no busco desarrollar más esa área, mantengo mi cartera de clientes y los cuido. Encontré una labor que además de ayudarme a reconstruirme, resuena con mi alma. Hay muchísimas herramientas holísticas, pero a mí me llamó mi Kabbalah, mi CRP y mi Access, entonces cuando enseño hago como un mix, enseño lo que sé de la forma más práctica. Mi hijo mayor me dice: “me gusta como tú enseñas, mamá, es que tú no das tanta vuelta, vas directo al grano”.
Como la fábula del águila, después de andar un buen rato, me recogí, me reinventé, volvieron a nacer mis garras y mi pico, y ahora, he salido de nuevo al mundo, a vivir lo que falta de camino -en felicidad- teniendo como prioridad mi vocación de dar, pero consciente de la mujer libre e independiente que soy, y aprendiendo a recibir.
De ser una niña que quería ser bailarina, cantante, escritora, mantengo la afición a cantar donde sea y cuando estoy feliz. La Carla de antes cantaba Sobreviviré. La Carla de ahora, Rivka, celebra la vida con la canción Brindis.
Brindo por mí y por el poder de elegir.