En esencia soy escritor, y editor por vocación. Me considero una persona que trabaja con la palabra, pero con la palabra para los otros no con la palabra del otro. Cuando trabajo en un texto me gusta acompañarlo desde su nacimiento, participar de la investigación y ayudar al cronista a descubrir su estilo. Permanezco en lo invisible cuando no se trata de mi creación literaria.
Creo que el proceso de edición, aparte de acompañar al autor con su obra, consiste en la elección de las palabras que permitan transmitir aquello que se quiere decir, todo esto pensando también en la persona que va a leer y recibir ese mensaje. En las distintas dimensiones donde trabajo: teatro, radio, guion, literatura, discurso político, intento que esa palabra que se muestre sea o se parezca a eso que se quiere decir. Para mí la palabra es la que ordena al mundo, aquello que no existe es porque no tiene nombre. La palabra es una fuerza enorme que genera estrategias, acuerdos, con ella podemos herir y al mismo tiempo alentar, consolar.
Mi abuela me enseñó a leer antes de tiempo, era muy ociosa. A los tres años me ponía a buscar letras en la portada del periódico de Últimas Noticias. Como resultado de esa gran ociosidad terminé aprendiendo a leer más rápido de lo imaginado, fue una sorpresa hasta para mi padre, un buen día se dio cuenta de que podía leer los anuncios en la calle mientras caminábamos. Claro que también me generó problemas en el preescolar, me aburría mucho. Siento que haber decidido ser escritor estaba dado desde que empecé a los tres años a interesarme por la palabra. En casa los libros eran cosa mía.
Tuve muchos tropiezos para graduarme de letras, aunque no me importaba porque yo sabía qué era lo que quería hacer. Lo que más me gusta de lo que hago es lo mutante, lo poliédrico, la diversidad, los cambios, romper con lo mismo. Soy un mutante contrabandista de la palabra. Alguien que no cree en la escritura como un hecho de inspiración sino de trabajo. A quien le motiva decir cosas y la efectividad de cómo esas cosas sean recibidas por el otro.
Los proyectos que me divierten son los que prefiero. Yo creo que las ideas pueden ser simpáticas, lo serio no tiene por qué ser aburrido. Creo que lo bueno tiene que estar bien escrito. No necesitamos contar todo desde el primer párrafo. Suelo recomendar que antes de empezar a escribir sepamos cuál será el final si no puede volverse eterno ese: ¿a dónde queremos llegar?
Soy un tipo con suerte. Hay muchas personas que a sus 40 años no saben qué quieren hacer con su vida. Soy un tipo con suerte porque cuando me provoca hacer algo consigo a la gente que quiere no solo hacerlo conmigo sino que apuesta junto a mí por esa idea. No estoy solo, tengo un gentío que me acompaña y forma parte de mí, de lo que soy. Con lo que hago intento dejar las cosas mejor de cómo las encontré.
Por cierto, cocino rico. Considero que la cocina tiene que ver con la palabra. Con reproducir el mundo como en la crónica. Es una manera de vivir ese lugar, a qué sabe, cuál es su olor. Los mundos están formados por esas palabras que nombran, por esos aromas y sabores que llegan de sus cocinas. Que reviven los paisajes.
La cocina para mí es un momento de fuga, en el que no tengo que estar hablando o pensando en las ideas, en las percepciones. Cuando estoy muy cansado o quiero dar cariño, cocino. Mi afecto es a través de la cocina. De hecho, podría compararme con una olla. ¡Una enorme olla de mole con guajolote! O algo rico que se pueda comer, eso sí, que sea memorable, raro, complejo. Y que al final le puedas pasar un pedazo de pan, ahí está lo mejor de todo. Lo esencial de su contenido, al principio y al final.