Durante el genocidio en Ruanda murieron casi un millón de personas en solo noventa días, entre abril y julio de 1994. En esa masacre interétnica, Hutus asesinaron a Tutsis. Hermanos mataron a sus hermanos; esposos mataron a sus esposas; hijos mataron a sus padres… ¡Fue algo espantoso! En esa mortandad perdí a mis padres, a mis tres hermanos y una hermana.

Antes de que todo eso pasara, me apresaron por seis meses solo por ser Tutsi. Luego me liberaron, pero no por haber cumplido mi condena sino porque ya estaba registrado en unas listas que ellos hacían para saber dónde ubicarnos para asesinarnos. Mi padre me advirtió que dejara el país para salvar mi vida, insistió tanto en que me fuera que le hice caso, y solo por eso pude sobrevivir.

Después de que terminó la masacre regresé a mi país. Yo ya sabía lo que había ocurrido, así que solo fui a buscar los cuerpos de mis familiares. El 22 de julio regresé a mi casa, estaba vacía, salí a preguntar a algunos de los sobrevivientes dónde podía encontrar los restos de mi familia; pero eso era muy difícil de saber, habían demasiados cadáveres en las calles, podías verlos mientras caminabas. Todos los cuerpos ya estaban en descomposición por lo que había un olor nauseabundo en el ambiente.

Finalmente me conseguí con un amigo, y él me contó lo que había sucedido con mi familia, me dijo: “Jean-Paul, el que asesinó a tus padres fue Vincent”. Cuando me dijo eso, yo no podía creerlo. Vincent era un amigo de la infancia, crecimos juntos. De niños jugábamos fútbol, también fue director del colegio del pueblo. Era un vecino muy cercano, alguien de mucha confianza para nosotros. Cuando me dijeron que fue Vincent quien asesinó a mis padres yo perdí la cabeza, enloquecí, ¿cómo un amigo tan bueno y tan querido pudo hacer algo así?... Eso destruyó mi vida.

El espíritu de venganza me atacó, se apoderó de mí. Iba por todos lados dispuesto a matar a Vincent y como no pude encontrarlo, toda esa ira que yo tenía la dirigí hacia mí. A partir de ese momento me adentré en un proceso muy fuerte de autodestrucción. Solo pensaba en lo que había pasado en mi país. Día y noche pensaba en lo que había vivido mi familia. El deseo de venganza vino a mí en forma de mucha rabia, resentimiento, amargura. Todos esos sentimientos me atacaron. No tenía ánimos de hacer nada. Dejé de cantar, ni siquiera podía honrar a mi país como músico. Caí en las drogas, en el alcohol, me volví un adicto. Solamente esperaba morir.

Toqué fondo. Sentí que estaba a punto de morir. Entonces, algunos de mis amigos, preocupados por mí, me llevaron a una montaña sagrada en Uganda que, dentro de las creencias tradicionales, es un lugar de oración. Allí la gente ora para que ocurran milagros, y en verdad los milagros ocurren.

Estando en esa montaña, ellos empezaron a orar por mí, rezaban para que yo terminara de morir en paz, porque cuando llegamos allá creían que yo ya estaba muerto. Varias personas se tomaron de las manos, hicieron un círculo alrededor de mí y rezaban. Yo estaba acostado, semiconsciente y en ese momento una voz me habló, me dijo: “Jean-Paul, tú no morirás. Solo necesitas perdonar. El perdón es para ti, no para quien te ofende. Tu vida está en tus manos. Solo toma la decisión. Libérate”. Entonces me desperté de repente, y todos se sorprendieron. ¿Escucharon esa voz?, les pregunté. Ellos solo me decían: “¡Nosotros pensábamos que estabas muerto!”. Algunos de ellos empezaron a decir: “¡Esto es bueno! ¡Es Dios que se ha manifestado! ¡Esa voz que te habla en tu corazón, es Dios!”.

Cuando ellos dijeron que esa voz había sido Dios yo me molesté mucho, porque después del genocidio no quería que nadie me hablara de Dios, no podía entender cómo ese Dios había permitido que murieran tantas personas. Más allá de las diferencias étnicas, en Ruanda el 96% de la población era cristiana antes del genocidio, así que también hubo cristianos que mataron a cristianos en esa masacre, y esa gente conocía a Dios. Entonces, ¿por qué lo hicieron? Yo no quería saber nada acerca de Dios nunca más.

Estuve por tres meses en esa montaña mientras me recuperaba. Estaba muy débil, así que estas personas me ayudaron, cuidaron de mí, me alimentaron. Cada vez que iba a dormir esa voz venía a mí con estas palabras: “Tu verdadero enemigo no es Vincent. Tu verdadero enemigo es tu ira, tu odio, tu resentimiento. Perdónate, y perdona a Vincent”… “Tú no estás totalmente sanado, aún te falta algo por hacer para estar listo. Solo así estarás libre del resentimiento, de la rabia, de la ira”... “Jean-Paul, tú tienes que perdonar a Vincent”. Entonces yo me negaba, decía: “No, no, no, ¿cómo voy a perdonar a quien mató a mis padres?, es imposible. Nunca lo haré”.

Esa voz la escuchaba cada noche, cada día, todo el tiempo; y de tanto escucharla se me hizo imposible decirle a Dios que no. Entonces me dije: “Para aquietar esa voz y tener paz voy a decirle que Sí. Aunque no esté convencido de perdonar, le diré que Sí porque es Dios, y luego entonces ya veré”.

El día que dije Sí, fue como: ¡Wohoooooo! ¡Qué felicidad! ¡La libertad vino a mi vida! Ahí fue cuando estuve totalmente curado. Sentí una alegría muy grande. Ese día estaba solo, rezando en un lugar apartado. Antes de eso yo solía reírme de las personas que rezaban, me parecía algo tonto. Pero un día pude hacerlo, cuando estuve preparado para decir que Sí. Y le dije a Dios: “si la voz que siempre escucho eres tú, Dios. Si realmente eres tú quien siempre me habla, entonces, estoy listo para perdonar. Yo te digo: Sí”. Antes de terminar de decir esto, empecé a cantarle a Dios y comencé a llorar. Me sentí liviano, como si me hubiese liberado de un gran peso. Eso para mí fue un milagro.

Después, lo primero que hice fue tratar de encontrar a Vincent. Sabía que él estaba preso, así que fui a buscar a Regina, su esposa, y cuando la encontré le dije: “Vine aquí porque Dios me dijo que tenía que perdonar a Vincent, quiero ir a donde él está para decírselo personalmente”. Llegué a la prisión donde él estaba pero allá se negaron a que yo me encontrara con Vincent. Creían que yo estaba loco, me decían: “¿Cómo puede pensar usted en perdonar a estas personas?”.

Tuve que buscar otra manera de acercarme a él, otros medios. Acudí a un tribunal tradicional en mi país, la “Gacaca court”, que es donde se atienden los problemas de la comunidad, y en este caso a las víctimas del genocidio. Allí se dan encuentros entre las personas para afrontar las dificultades. Todos los del pueblo deben estar presentes, tanto las víctimas que sobrevivieron y los testigos, como los perpetradores. En julio de 2007, en medio de una de estas reuniones fue que pude perdonar a Vincent. Pedí hablar con él y delante de todo el mundo, públicamente, le dije: “Vincent, yo vine aquí solo porque Dios me dijo que te perdonara”. Entonces, solo fue así que él lo aceptó. Antes, él no quería verme y hasta dudaba de mi propuesta, decía: “Si yo no me puedo perdonar a mí mismo por lo que hice, ¿cómo un Tutsi va a perdonarme a mí?”. Si le hubiese dicho a Vincent que era yo quien lo perdonaba, él nunca me hubiese creído y hasta hubiese querido matarme.

Era importante no tomarse el crédito para mérito propio, porque al principio yo mismo tuve resistencias, y le había dicho a Dios que no. Pero él me dio la fuerza y me puso ahí para que lo hiciera. Por eso es que Vincent se sintió liberado, porque no fue solo él, sino que fue Dios quien también le dio coraje para recibir el perdón en su corazón. Para Vincent, al igual que para mí, fue una liberación recibir el perdón. Desde luego, cuando eres perdonado tú también eres feliz.

El hecho de ser un sobreviviente del genocidio y decidir perdonar públicamente a uno de los Hutus perpetradores de la masacre, acarreó muchos problemas. Muchas personas me dejaron de hablar, inclusive antes de encontrarme con Vincent recibí amenazas de muerte de algunos Tutsis. Se sentían traicionados: “¿Cómo puedes perdonarles a estas personas lo que hicieron? ¿Cómo pudiste hacer tal cosa? Estas personas no merecen el perdón”, me decían. Fue algo muy terrible para ellos, para los Tutsis. Era algo que no comprendían. Pero yo estaba resuelto a hacerlo, Dios me dio el valor, así que no tuve miedo.

Cuando conversé con Vincent le dije que nosotros debíamos continuar con este proceso de reconciliación. Él aceptó, y así comenzamos a crear una campaña del perdón junto a un portal internacional de noticias en Europa. En ese momento vinieron a Ruanda reporteros de todas partes del mundo para cubrir esa eventualidad. Yo me sentía listo para compartir este mensaje por todas partes. Después de un tiempo pude participar en la International Songwriting Competition de Nashville, y gané la competencia. Luego me convertí en Embajador de la Paz. Ahora también soy conferencista y orador, dicto talleres y charlas sobre la Cultura del Perdón y de la Paz. Porque desde esa vez que dije que Sí, decidí compartir con el mundo esta medicina. Desde ese momento hasta ahora mi mensaje es solo acerca del perdón.

He viajado por muchos países, en mis talleres he hablado con muchas personas sobre sus historias, y lo he visto claramente: si una generación no es capaz de perdonar, todos sus pesares y resentimientos pasarán a la siguiente generación; por eso se reproducen ciclos de violencia, por la venganza y el resentimiento. Y si vemos bien, a veces, nos encontramos a nosotros mismos heredando traumas de conflictos que se generaron en tiempos anteriores al nuestro.

Yo le pregunto a la gente: “¿Cuál es el origen de tu conflicto? ¿Cómo fue que comenzó todo esto? ¿Cuándo?”. Y muchas veces no te lo dicen, porque no lo saben. Eso es lo que pasa en Ruanda, y si hoy los Tutsis no abrazamos la cultura del perdón, si tomáramos venganza, esto generaría un ciclo interminable de violencia. Para romper un ciclo de violencia, para romper un ciclo de genocidio, la única manera es que la gente acepte la cultura del perdón. Pudiéramos decir que nuestro conflicto en Ruanda venía desde mucho antes y derivó en esa escalada de violencia después de la colonización belga, quienes acentuaron la división política entre Hutus y Tutsis, pero también a ellos hay que perdonarlos. Nuestros ancestros, no solo en Ruanda, sino de muchos países, no se han curado todavía de las heridas del pasado. Ellos siguen transmitiendo sus traumas y resentimientos a las generaciones siguientes.

Esto es muy importante entenderlo: la venganza trae venganza. Vincent fue apresado por lo que hizo, estuvo en prisión por diez años; a pesar de eso los prisioneros allí podían comer, descansar, hasta bailaban en prisión… ellos vivían. Sin embargo, yo estando fuera de prisión no comía, no dormía, no era feliz. Mi prisión era más horrible que la de él, ¿por qué? Por el espíritu de venganza. Quería matarlo, y me convertí en alguien como él, me convertí en un asesino, pero de mí mismo. Eso es lo que pasa cuando no queremos perdonar, o cuando nos volvemos amargados. Te matas a ti mismo sin saberlo.

La justicia es la justicia. En ese sentido cada quien hace su trabajo. Pero el perdón es algo que le atañe a uno mismo, para mí es una necesidad. Y es la única forma por la que uno puede liberarse del resentimiento que surge de la ofensa. Es una decisión personal. El que Vincent estuviera preso pasó a ser irrelevante, eso era un asunto de la justicia. Lo que yo necesitaba tenía que ver conmigo mismo, con un proceso de sanación personal interna. Tienes que encargarte de sanar tú para volver a amar, porque ¿cómo vas a darle amor a tus hijos si tú no tienes amor para dar? Tenemos que ser responsables con las siguientes generaciones. Y esa es nuestra responsabilidad hoy, no mañana. Debemos ser buenos ancestros. Permítanse ser buenos ancestros. Entonces tus hijos y los hijos de tus hijos serán libres también.

Aún hoy, cuando estoy a punto de dormir y de cerrar los ojos, esa misma voz viene a mi corazón, y con buenas palabras me dice: “Jean-Paul, perdona todo, si no te convertirás en aquello que no perdones”. Tengo un mensaje que transmitir a través de mi música: Perdónate y sé libre. Necesitas volver a amar. Y cuando vuelvas a amar, prepárate también para perdonar, porque tarde o temprano tendrás que hacerlo.

Escritura:
Alexandra Cona
Fotografía:
Susana León
Lugar:
Country Club, Caracas
Fecha:
7.11.2018
Necesitas volver a amar. Y cuando vuelvas a amar, prepárate también para perdonar, porque tarde o temprano tendrás que hacerlo.
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