Cuando estoy sobre las tablas ya no es Meche quien está allí. Uno lleva el personaje al escenario para que sea. No eres tú. A mí me gusta usar la analogía de una colega: “cuando te estás vistiendo en el camerino te estás cosiendo el personaje a la piel, debes tener cuidado de que no se caiga y cuando bajas del escenario lo descoses poco a poco”. Pero hay que mantener un balance, dejar al personaje ser sin tocar fondo; si tocas fondo te pierdes... y no regresas. Es complicado.
El teatro es una ventana para crear, para proyectar, para amar. Cuando entras al escenario rompes con la monotonía y te abocas a algo que es totalmente mágico. Para construir los personajes me gusta salir a la calle. Caminar por las plazas y parques, ver a la gente, escucharla, estudiarla. Por ejemplo, a Carla Valentina la construí a partir de varias niñas de la escuela primaria donde estudié.
Me defino como alguien que busca el equilibrio. Soy maniática, perfeccionista, impulsiva, como buena ariana. Tal vez esa impulsividad me impidió tomar algunas buenas decisiones a tiempo. Justo ahora estoy en mi momento íntimo, en un proceso de sanación, de perdonar, tanto a los demás como a mí misma. En una película que amo hay una parte donde dicen: “tienes que buscar el equilibrio, si no buscas el equilibrio no funciona nada”. Hay que buscar el equilibrio en el amor, en la amistad, en la familia y en el trabajo.
A mí me encanta servir, pero he comprendido que debes atenderte a ti primero para poder ayudar a los demás. Para mí los valores más importantes son el amor, el perdón y servir. Me gusta agradecer, no solo al decir gracias, sino con un abrazo, una mirada. No sé exactamente qué espero recibir a partir de todo lo que doy, estoy en esa búsqueda. Hay que amar.