Al principio el contrabajo puede parecer muy grande, hostil y poco amigable, pero después uno se va enamorando.
Mi primer contacto con la música lo tuve en primaria, en la estudiantina del colegio. A los catorce años me vuelvo a encontrar con ella al ingresar en el núcleo infantil La Rinconada. Allí la directora me dijo: “tú tienes manos de contrabajista”.
Hoy no concibo mi vida sin la música, es como una pierna, mi corazón, mi cabeza… es lo que me mueve, me llena y me hace feliz. Me siento como cuando estoy en casa. Vivo la música como los actores viven los personajes y el público se los cree. Como intérprete trato de contar una historia de mi vida, que es la que más conozco. El momento que estoy viviendo y la música que estoy tocando siempre van a conectar con algún sentimiento. En mi caso, raramente me conecta con emociones tristes o desalentadoras, siempre son emociones positivas.
No tenía pensado dar clases, fue algo circunstancial. Siempre dije que no me gustaba, que no servía para eso, pero después decidí probar y ya tengo un poco de años haciéndolo. Dar clases es parte del espíritu de El Sistema. Los más avanzados ayudan a los que se están iniciando. En ese ayudar se crea el gusanito de la enseñanza y terminas siendo un maestro empírico. Entonces empiezas a buscar herramientas pedagógicas que te permiten realizar tu trabajo con mayor eficiencia.
Yo trato de crear un vínculo con mis alumnos, buscar la parte humana. ¡Que amen lo que tienen que estudiar!, porque en la medida en que les va gustando, ellos pueden ir percibiendo mucho más allá de lo que están ejecutando en la partitura. Busco que incorporen las emociones, los aprendizajes de su vida, o los elementos de su medio ambiente. Con ellos hago muchos juegos, soy muy lúdica. Los llevo a que se imaginen que el inicio de cada partitura es como el comienzo de un cuento. En el futuro quisiera desarrollar un libro o una metodología que abarque todo lo que yo he aprendido dando clases.
Cuando veo que mis alumnos pueden volar solos es como decir: ¡Misión cumplida! Ahora les toca a ellos. A mis alumnos no solo les imparto mis conocimientos y experiencias en la música, también les transmito valores como el trabajo, la solidaridad y la disciplina. Independientemente de lo que ellos sean en sus vidas, que esos valores les queden. Así no sea música, pero que todo lo que vayan a hacer en la vida, que lo hagan bien, y cada vez traten de hacerlo mejor. Ese es el valor que me inculcaron mis padres. Que lo que empiecen lo terminen, así en la música como en la vida.
En Venezuela hay muchísimo talento, sobre todo en el interior del país. Niños con un talento que hasta me da envidia y digo: “¡pero si yo a esa edad no hacía eso!”. Lo lamentable es que a veces ese talento se pierde. El hecho de que esa persona no pueda desarrollar su talento es botar oro a la basura, es un desperdicio terrible. Eso ha pasado y lo triste es que sigue pasando.
He aprendido a no resistirme a las circunstancias, mientras más resistencia pongo todo se hace más difícil y siento que me enfermo. Cuando uno suelta, las soluciones siempre llegan.