Mis padres, como mucha gente de mi comunidad, se vinieron de Barlovento buscando mejor vida y con ellos se trajeron toda su bailadera. Recuerdo aprender a dormir en medio de las fiestas. Te estoy hablando de que mi papá y mi mamá se iban con sus tres carajitos encasquetados, y uno estaba echando broma y después se quedaba dormido con esa bullaranga armada.

Yo creo que en general el venezolano es así: muy bailador. Hay que tumbar ese mito de que la danza es para los bailarines, en verdad es para todo aquél que tenga cuerpo. El baile es una de las formas de socialización más importantes. Es la posibilidad del diálogo y de un diálogo sincero desde el cuerpo, desde lo que somos como seres humanos. Es la relación que se produce entre los cuerpos más allá de la palabra, que te permite conectar con el otro a profundidad.

Con esta profesión he aprendido dos cosas esenciales para mí como persona: sentirme parte de mi país y conocerme a mí mismo. Lo primero me lo enseñó la danza tradicional, que fue con la que empecé, fue también un descubrimiento muy social, por lo colectivo del proceso; mientras que la danza contemporánea me dio una necesidad de exploración más hacia lo interno. Comencé a preguntarme por mí, a buscar más adentro para después salir a intentar a hacer lo colectivo.

Además rompí con los estereotipos. Socialmente la danza no es muy bien aceptada, sobre todo a los varones. En el ámbito familiar no me enfrenté a eso, nunca me hicieron mala cara por lo que quería hacer, mis padres fueron inmensamente amorosos e impulsaron todo lo que quisimos hacer cada uno de sus hijos. Te digo que yo llevé mis primeras mallas a la casa y eso no representó ningún problema.

Pero hay mucho prejuicio social, porque se ve como algo que está tomado por la homosexualidad. De lado y lado fue muy fuerte. Por una parte tuve maestros que me llegaron a decir: “Cualquier gay hubiese entendido eso”, y en la comunidad el chalequeo, la burla. Quizás como forma de defensa reafirmaba una posición varonil, inclusive machista.

Tuve que aprender. También tuve la posibilidad de enseñar, de sentarme con gente que hoy son grandes amigos y decirles: “Mira, la homosexualidad y la heterosexualidad no es el tema, porque para formarse técnicamente no pasa por la escogencia sexual. Hay bailarines gay muy buenos como muy malos, igual heterosexuales”. Eso también me permitió ponerme en el otro lado, sentirme excluido por el tema sexual fue comprender a ese grupo que es socialmente muy marginado.

Otra cosa con la que hay prejuicio es que la danza contemporánea es como una expresión muy de la clase media en el mundo entero, entonces se puede ver al que la practica como un desclasado. De repente yo decía orgulloso: “Soy estudiante de danza”. Y la gente se quedaba como que: “Ajá y ¿de qué vives?”.

Recuerdo que salí preñado a los 20 años. Estaba en una compañía que me daba una beca, se la entregaba completica a la mamá de mi chamo y trabajaba de noche. Eso era llegar a mi casa a las seis de la mañana, dormir hasta las diez, irme a dar clases, y en la noche otra vez a trabajar. Fue duro, pero si cuerpo, alma y mente dicen: “¡Vamos a hacer danza!”, aguantas. No vas a desmayar, el cuerpo te acompaña en esa aventura de querer ir más allá de cualquier limitación. No hay manera de no ser un optimista convencido. Para lo que tú quieras hacer no va a haber prejuicio ni condiciones económicas que te detengan.

Yo pude decirle a una comunidad como San Agustín: “Soy bailarín”, y seguir siendo visto como la misma persona. Entendieron que no significaba que era gay ni que me estaba apartando de mi origen, que yo seguía siendo el mismo chamo que jugaba basquetbol, bailaba salsa, se reunía con los amigos en la esquina, el mismo trabajador comunitario orgulloso de pertenecer a este barrio. Y no fui yo solo, fue una generación que tuvo la experiencia de ver cómo la danza puede ampliar nuestro marco referencial, mostrándonos otros mundos, otras posibilidades, dándonos herramientas para tomar mejores decisiones. Lo volvimos a hacer con un grupo y fue prometedor ver que un alto porcentaje no cayó en espacios de delincuencia ni tuvieron embarazo precoz.

A los que quieren hacer esto les digo que la disciplina es uno de los valores que más trabajan las artes, especialmente la danza. El respeto al maestro, llegar puntual, practicar día a día. Es una amante dura, exige un trabajo directamente contigo y a cualquier descuido se te voltea, el cuerpo resiente su falta. Pero si estás enamorado no la dejas jamás. El dolor se vuelve sabroso y simplemente haces danza, comes danza, vives danza.

Escritura:
Saymary Silva
Fotografía:
Camila Ayala
Lugar:
San Agustín, Caracas
Fecha:
8.6.2017
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