Nací en Cumaná en una casa donde se cocinaba con leña y la fragancia de esta en una arepa es de los perfumes más extraordinarios que se puedan imaginar. Mi padre es de Cariaco por lo que conozco bien el Estado Sucre: la tierra donde vi las luces que he necesitado en mi vida para emprender mi camino con claridad y lucidez.

Cuando era pequeño, en Sucre, mis amigos se bañaban en la playa desnudos pero mi mamá siempre me ponía un traje de baño porque un niño no debía andar por ahí sin ropa. Entonces yo salía de mi casa con él puesto pero cuando llegaba a la playa me lo quitaba para estar igual que mis amigos y luego me lo volvía a poner para volver a mi casa. Hasta que mi mamá se dio cuenta porque llegaba con el traje de baño totalmente seco. Fueron años de pureza que, ya de adulto, me hicieron mantener siempre una actitud humilde y agradecida ante los demás.

Nunca salí de mi origen, estoy muy orgulloso de él. Mis raíces son fuertes, inconfundibles e inolvidables sobre todo porque he tenido la oportunidad de viajar por muchos países. Muchas veces, cuando haces esto, pasan dos cosas: te olvidas de tu terruño o vives siempre en él aunque estés lejos. Yo siempre me quedé en mi Estado aunque viviera lejos de mi país durante tanto tiempo. Siempre quise vivir en Venezuela y es precisamente por eso por lo que siempre escribí sobre ella.

Aprendí a leer un poco tarde, a los ocho años para ser exacto y esto se debió a que mi papá consideraba que yo debía vivir una vida natural el mayor tiempo posible. Luego, cuando cumplí trece años, él mismo me regaló un libro llamado La historia de la civilización, fue determinante en mi carrera como historiador. La presencia de mi padre y esa lectura fueron concluyentes para mi carrera y el resto de mi vida pero de forma muy natural, no fue nunca algo impuesto ni obligado. Yo era curioso y tenía conversaciones con mi papá sobre los llamados libros clásicos; fue como haberme ubicado en mi papel en el mundo.

Siempre he estado muy claro de las cosas que quiero hacer, hacia dónde quiero ir y qué pretendo lograr. De joven yo era comunista, no ganaba un centavo y mis zapatos eran muy feos y sucios, era todo lo que era aborrecido, sobre todo a los ojos de una mujer. Fue entonces cuando conocí a una Dama. La veía con frecuencia pues era la secretaria de un amigo al que solía visitar. Así que un día la invité a tomar un café y aceptó, era la mujer más bella que había visto en toda mi vida. En ese encuentro, tomando nuestro primer café,  le pregunté: ¿te quieres casar conmigo? Y ella dijo sin titubear: “¡Sí!, sí quiero”. Entonces le contesté: bueno, desde este momento ya estamos casados, vamos a arreglar los papeles y listo. Teníamos treinta años los dos y sabíamos exactamente lo que queríamos. Su bondad era abismal y a la vez era una mujer con autoridad que inspiraba respeto y también mucha confianza. Era, exactamente, lo que había buscado por mucho tiempo. El amor de mi vida: Alida.

Si algo he aprendido en mi vida es que lo que le da sentido a la existencia no es el “ser” sino el “hacer” entendido como el goce y disfrute de lo que se hace.

Tuve la fortuna de encontrar a una mujer que me comprendió y entendió a plenitud mi trabajo y nunca me puso a escoger entre la historia y ella. He publicado más de 55 libros y he colaborado en más de 80. Mi esposa, antes de fallecer, me hizo prometerle que no me reuniría con ella hasta que no terminara mi último libro. Me dijo: “ni te apresures ni te demores”. Yo me asombro ante el milagro de la vida, ante cómo echa raíces una rama que fue arrancada y logra sobrevivir. Por eso estoy seguro de que la muerte no existe, como ejemplo está mi esposa, ella falleció pero no ha muerto. Mi padre y ella fueron pilares en mi carrera y mi vida entera. 

Nunca he ocultado que fui un militante comunista porque estoy orgulloso de mi vida, no estoy avergonzado de nada, esas son enseñanzas. Todo en la vida está para hacernos crecer o fracasar y yo nunca he fracasado porque he decidido aprender de cada circunstancia y eso no es fracasar. Papá me decía: Germán, el comunismo no tiene futuro porque ignora la condición humana. Yo lo consideraba el hombre más ignorante del mundo hasta que en 1956 abandoné el partido comunista. Lo que más lamento en el mundo es no tener ahora la oportunidad de decirle a la cara: papá tenías razón. 

El concepto de libertad consiste en crear las condiciones para que nazca el hombre nuevo, el hombre libre del trabajo embrutecedor, libre de la sumisión al despotismo. Libre de nacer. Vi que yo estaba dentro de un partido en el que si tenía alguna diferencia entonces me convertía automáticamente en el enemigo. Fue ahí cuando quise abandonar el barco que yo solo había decidido navegar.

Me considero un auténtico intelectual porque tengo noción tanto del bien como del mal que puedo hacer, afortunadamente siempre es mi opción hacer el bien. Me llena de gratitud. Todos tenemos una luz interior y esa luz es un don existencial.

Como diría Sartre: “Yo soy mi propio juez y no estoy seguro de salir absuelto”.

Escritura:
Beatriz Müller
Fotografía:
Carlos Barrios
Lugar:
Chacao, Caracas
Fecha:
23.9.2016
Si algo he aprendido en mi vida es que lo que le da sentido a la existencia no es el “ser” sino el “hacer” entendido como el goce y disfrute de lo que se hace.
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