Enseñar me mantiene con vida. Es algo en lo que creo firmemente y hace poco lo confirmé.
Mi nombre es Aníbal Isturdes y soy educador. Hace un tiempo salí de una reunión en el Ministerio del Ambiente y me caí por unas escaleras. Quedé muy mal, tanto así que los médicos dijeron que no volvería a caminar. Estaba muy triste porque yo no soy persona de estar encerrado. Me gusta el sol, el mar, conversar con la gente y caminar por la calle. Pasé dos meses en cama y sin poder moverme. Un médico dijo que iba a operarme, confié en él y gracias a Dios la operación fue un éxito ¡Hoy estoy caminando de nuevo!
Quizá sea un milagro, no lo sé. De lo que estoy seguro es que me recuperé porque de verdad quería levantarme. Desde hace varios años doy clases de educación ambiental tanto a niños como a adultos y cuando estaba en cama pensaba en eso y lo extrañaba. Es que la educación siempre ha sido parte de mi vida. De niño, en mi casa funcionaba una escuelita rural; de adulto, me casé con el amor de mi vida, mi Carmita, que era una maestra de las buenas.
Me gusta enseñarles a las personas el valor de las pequeñas cosas y eso se ve en la naturaleza; por eso me dedico a la educación ambiental. Es hermoso ver a alguien sembrar y que sienta amor por lo que nos rodea. Es posible que ese sea mi aporte al mundo porque, con lo que hago, sé que genero un cambio. Pero eso sí, no se me sube a la cabeza porque trabajo con amor y lo disfruto, tanto así que a veces olvido que estoy trabajando.
Nunca estudié educación, la oportunidad llegó un día, empecé a enseñar y descubrí que era mi vocación. Hasta el día de hoy sigo enseñando.
Mi trabajo, que es mi pasión, fue lo que me levantó de una cama de la que pensé que nunca me iba a levantar.