En mi caso, la identidad es algo que he vivido de una manera particular, inclusive desde mi infancia, por mi background familiar, y por ciertas dificultades que tuve en la escuela. Recuerdo que le decían a mis padres que yo “tenía un problema” pero no sabían explicarles cuál era. Las monjas pensaban que yo tenía un demonio, de hecho, llegué a pasar un año viendo clases en el pasillo, fuera del aula. Tampoco es que era algo serio, yo era muy respetuosa pero, por ejemplo, si me mandaban a escribir de color azul y letra palmer, yo escribía cada letra de un color diferente y en mayúsculas. Eso desquiciaba a las maestras. Hasta que me diagnosticaron déficit de atención, entonces mis padres me inscribieron en una escuela a la que recuerdo con mucho cariño, La Rondalera. Ahí todo era distinto, podía expresarme con más libertad porque tenían un perfil más artístico en la formación.

Nos mudamos a Francia cuando yo tenía quince años. Estando aquí disfrutaba mucho trabajar para obtener mi propia mesada y comprarme las cosas que me gustaban, esa era una costumbre como de familia. Aquí descubro una personalidad de mi abuelo un poco más profunda, más tridimensional de la que yo conocía hasta entonces. Me agradaba mucho el ámbito en el que él trabajaba. 

Ahora creo que todo fue perfecto, tanto criarme en Venezuela durante el tiempo que estuve, porque eso me ayudó a forjar mi carácter, como también venirme a Francia, porque eso terminó de formarme en otros aspectos. Poder crecer lejos de un entorno que me parecía tan frívolo es algo que agradezco inmensamente. Estando en Venezuela me molestaba muchísimo que me asociaran a la figura famosa del abuelo, yo creo que cada quien necesita su identidad. Me decían: “¿pero no te sientes orgullosa de tener ese apellido?”, y yo les decía: “orgullosa de qué, si yo no he hecho nada con mi vida, apenas tengo quince años”. De hecho, ese es un tema que hemos discutido en la familia.

Estoy leyendo una cantidad de escritos sobre la desidentificación del “yo” y la objetividad, lo veo como una ayuda para mantenerme viviendo el presente, para conectar y disfrutar más la vida, para vivir de la manera más auténtica que uno pueda, conectando con mi propio centro, es decir, desde “quién naciste tú para ser”. Pero ese es todo un trabajo de vida.

Yo comencé a crecer dentro de ese cartesianismo profundo y desde mis veintiocho años me empezaron a suceder eventos que me hicieron investigar ciertos métodos para poder conocerme a mí misma, sobre todo a través de la sicología, mediante la cual llegué a varios escritos y metodologías con las que podía practicar la objetividad, que para mí es una cosa bien interesante. Así comencé a profundizar hasta llegar a la parte espiritual de todo eso. La capacidad de objetividad y de desidentificación es lo que permite la empatía, porque te amplía la mirada de las cosas, puedes entender que cada persona tiene un background y que ha vivido un montón de situaciones, así como uno las ha vivido. Solo desde ahí es que comienzas a tener un approach mucho más empático y objetivo, en vez de juzgar a la gente. Pero el ser humano no está hecho para ser objetivo, por eso es una práctica.

Yo me identifico con mi piano y con mi guitarra, porque son momentos en los que se me detiene el pensamiento, donde justamente no me identifico, es como una meditación. O quizás es simplemente porque amo la música, inclusive más que otras expresiones del arte. En este momento hago videos musicales, y mi tema principal es la música. A través de ese medio es que yo he podido casar esos dos mundos de los que vengo. En Venezuela yo estaba en un coro, si yo me hubiese quedado allá sería una directora de coral. De ahí me viene esa pasión por la música, es algo que me acompaña siempre.

También me gusta tomar grandes riesgos. Eso lo he aprendido de mi  padre. Él es un gran visionario. Lo que más admiro de él es que si tiene una visión, va por ella, así eso signifique tomar grandes riesgos, supongo que eso también lo tiene de mi abuelo. A veces pasa que a uno le llegan ideas, y con eso te llega la necesidad de hacerlo, ni siquiera unas ganas, sino un: “yo necesito hacer este proyecto, necesito llegar allá”. Lo importante no es haber tenido esa idea o esa necesidad, lo importante es cómo respetarte lo suficiente como para decir “ok, lo voy a hacer”. A pesar de que da miedo porque eso puede significar perder algunas cosas, estar en soledad, o arriesgarse a quedar en ridículo, pero igual uno lo hace, y llevas a cabo ese impulso y esa inspiración. Es una responsabilidad consigo mismo, de respetar tu autenticidad.

Eso es lo que hizo mi abuelo en los años sesenta; lo que está haciendo mi papá ahorita; es lo que me ocurrió por primera vez cuando hice este Taller en el que trabajo, que fue una idea que me vino, una necesidad que me llegó estando consciente de que en ese momento había una crisis en el mundo del arte, de que iba a significar triple de trabajo para mí, tampoco sabía por qué carrizo era que lo estaba haciendo. Pero era eso: si sentiste el impulso y la inspiración, es tu responsabilidad llevarlo a cabo. Es como cuando ves que hay un problema, es tu responsabilidad intentar solucionarlo, si está dentro de tus posibilidades.

Hay que respetar los impulsos para hacer cosas, con los riesgos que eso conlleva y con las dificultades. Claro que, si es una buena idea, seguro que no va a ser fácil, pero al final valdrá la pena.

Escritura:
Alexandra Cona
Fotografía:
IniRod
Chepina Hernandez
Lugar:
París, Francia
Fecha:
28.9.2017
Si sentiste el impulso y la inspiración, es tu responsabilidad llevarlo a cabo.
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