La literatura siempre ha formado parte de mi vida. De chiquita, uno de mis juegos predilectos era el de bibliotecaria. Ordenaba los estantes, luego, llamaba a alguien para que se deleitara ante lo organizado de mis libros y se llevara algún ejemplar que yo le prestaba. Asimismo, en el colegio, mientras otros hacían deporte, yo me quedaba en un rinconcito leyendo.
El amor por la lectura me lo cultivaron en casa. Mi padre organizaba tertulias en las que Andrés Eloy Blanco y yo éramos los invitados. Giraluna era el espacio de reunión predilecto y La Hilandera nos encantaba con sus versos. Esa escena la recuerdo con gran emoción, aunque no me considero una persona nostálgica.
Las letras también alimentaron mi curiosidad infantil. Curiosidad que aún de adulta conservo intacta y espero no perder. Por eso creo que soy de las personas que busca. Lo que he encontrado ha sido porque lo he buscado. Sin embargo, con la librería, he descubierto que, en ocasiones, el libro es el que te encuentra.
En El Buscón procuramos facilitar ese encuentro. La mayoría de las personas que nos visitan solo vienen a ver qué consiguen. Generalmente trabajamos con libros de segunda mano, tenemos cosas muy raras. En una ocasión, Laureano Márquez me dijo, refiriéndose a nuestra labor en El Buscón, que éramos el jardín de infancia para los libros nuevos y el ancianato para los libros viejos.
La verdad es que nunca imaginamos, hace trece años, que enfocarnos en libros usados sería el mejor camino para el futuro. Porque tampoco previmos que los ejemplares nuevos dejarían de llegar. Lo que sí hemos buscado es convertir este espacio en un lugar donde podemos reencontrarnos a través de los libros de segunda mano.
Al final mis juegos de niña se convirtieron en mi oficio. Sigo arreglando estantes y entregando letras a quienes estén dispuestos a recibirlas. Para mí esto ha sido una bendición y no lo cambiaría por nada del mundo. Sin lugar a dudas, puedo afirmar que la felicidad huele a libros.