Crecí siendo la sexta de nueve hermanos. Eso significaba que el momento para estar sola era muy preciado. Cuando tienes una familia ¡tan grande! todo es de todos, todo el mundo te agarra tus cosas porque son de todos ¡Es una guerra! Si llegas de última al baño aquello es un pichaque. Si no llegas de primera a la mesa lo que te dejan apenas son las alitas del pollo. Para que pudieras comerte un muslo en mi familia, bueno, tenías que contratar a un sicario, porque ¡éramos once en la mesa! Si no llegabas de primero al carro te tocaba el techo. Tampoco podías elegir las películas, porque las que a mí me gustaban mis hermanos las detestaban. Yo quería ver las de Disney o Meteoro, pero mis hermanos me la cambiaban y solo veían las de vaqueros o de acción.

Así que vivía bajo el yugo de cinco varones mayores que yo, pero cuando se los llevaban de la casa por alguna razón, ese era mi momento. Cuando mis hermanos no estaban yo robaba algunas chucherías de los arsenales que tenía mi mamá para nuestras meriendas, porque un día descubrí dónde ella escondía la llave. Me preparaba una bandeja llena de dulces y me encerraba en el cuarto a ver mis películas yo sola. Ahora, a mi edad, cuando todo el mundo se va, hago lo mismo. Busco la bandeja y las chucherías. Aunque claro, ahora la cosa es diferente: me sirvo un vodka con jugo de naranja, un té de lujo en una taza linda, una bandeja fina y las chucherías, hago mis mezclas de crema chantillí con topping de diferentes sabores, canapés, pongo Netflix; todo está actualizado, pero la niña es la misma, disfrutando de su tiempo a solas. Eso es como un festín que hago para mí. Lo bueno de las familias grandes es que también aprendes a compartir, aprendes a hacer turnos, a esperar y saber cuándo te toca a ti.

Desde pequeña leía muchísimo, veía documentales. Yo era así, un cerebrito que leía de todo. Desde joven quería ser antropóloga. Me apasionaba estudiar cómo vivía la gente, dónde vivía, qué comía. Siempre he sido una persona muy curiosa, que le gusta la vida, las cosas bellas, buenas, sabrosas, bonitas, divertidas. Yo me muevo hacia eso. Ese es como mi fototropismo: las cosas chéveres. La palabra chévere me encanta porque abarca todos esos aspectos.

He podido moverme entre el mundo del arte y el mundo de la gente, de la sociedad, y equilibrar ambas cosas. Aunque a veces por necesidades económicas, solo me inclinaba a una de las dos, por eso estuve un tiempo dedicada a la parte de responsabilidad social corporativa trabajando en empresas que, de alguna manera, procuraban el bienestar social. Estando en el exterior también estudié Arte, Museología, Literatura de América Latina, porque era lo que me gustaba. Pero uno no siempre puede trabajar en lo que quiere, o ganar dinero con lo que más te gusta, porque de alguna manera tienes que sobrevivir. Ahora que estoy jubilada, tengo la dicha de que me puedo dedicar a hacer promoción cultural sin la preocupación por el tema de la supervivencia.

Estudié algo de fotografía y estuve vinculada con excelentes fotógrafos mediante mi trabajo. Pero en el camino descubrí que lo mío eran los libros, esa fue mi pasión siempre. De hecho, ahora que lo pienso ha sido una constante. Son de esas cosas tan naturales en uno que ni te das cuenta: hacer libros, ver libros, coleccionarlos, leerlos, pasar horas en librerías raras, comprar un libro solo porque es bello… esas cosas locas que tenemos los coleccionistas. Una librería es como una iglesia, un lugar donde tú te puedes sentar y hojear un libro sin tener que comprarlo. Y que no les importa a los vendedores si además lo acompañas de un capuchino, un ron seco o una jarrita de agua. En el libro encuentro la imagen, la letra y el papel. 

Yo viajé a Japón, tú no te imaginas lo que son allá los libros objeto, el culto al papel, a la tinta. El libro es un objeto de conocimiento pero, los ingredientes con los que está hecho, eso es otra cosa… No soy diseñadora gráfica, pero me gusta hacer libros artesanales; es como cocinar, cualquiera puede hacer una pasta a la boloñesa, pero no es lo mismo con una salsa ragú, una pasta exquisita al dente, o el queso parmesano, no es lo mismo si es un Padano en hojuelas, que si es rallado… bueno, lo mismo pasa con cada uno de los elementos que componen un libro.

Yo colecciono libros porque es un objeto que adoro. Forma parte de ese deseo de conocer el mundo. Y cuando uno se va haciendo viejo hay cosas que uno va integrando, o por el contrario, que va desechando. Eso va formando lo que al final tú eres, aquello con lo que te quedas, con lo indispensable. En este momento lo indispensable para mí son los libros, la fotografía, mis amigos, mi familia y viajar hasta que me den los pies.

En estos últimos tres años, la fotografía y la literatura han ido integrándose en mí. Hasta que en un momento me dije: Quiero ser editora. Así que empecé, fui involucrando gente en el proyecto y así voy.

Yo digo que tengo dos Dianas. No sé cómo ellas se entienden. Hay personas que se han vinculado más a una que a otra. Por un lado yo soy una tablita de Excel, soy sumamente ordenada. Si me involucro en un proyecto, puedo verlo en su desarrollo y en su totalidad desde el punto de vista organizativo, porque tengo la tabla de Excel incorporada en mi cráneo. Creo que tengo ese talento. Mi papá es contador, mis hermanos también, así que en mi casa todos los chistes y adivinanzas tenían que ver con números. De ahí me viene ser naturalmente estructurada y a veces eso es un poco fastidioso para los que están conmigo, porque a mí me gusta sacar cuentas, sumar y hacer planes. Si me planteo ir a algún lado, pienso: “Ajá pero cómo llegamos. Primero hay que hacer esto; segundo, aquello; tercero, lo otro…”, hay que seguir unos pasos.

Pero, por otro lado, está mi opuesto. Que me imagino es con el que mi otro yo descansa un poco. Soy una soñadora, muy improvisada, una acuariana hippie, insoportable y me olvido de sacar las cuentas. Entonces, por un lado tengo el Excel y por el otro las florecitas, “paz y amor”, “todos cabemos”. Eso es lo que me hace moverme tanto en el terreno empresarial y del emprendimiento, como en el mundo del arte, y lo disfruto mucho. Así que unos proyectos me los planteo desde el punto de vista productivo, mientras que otros porque me da nota y no me importa si reportan pérdidas o no, simplemente los hago porque me gustan.

Tengo muchas patas cojas, descontentos, tristezas. Pero también tengo de lo otro, estoy contenta de tener mi Editorial, ya tenemos cuatro libros. Todo eso ha sido fruto de mi trabajo y de mi toque de locura. Cuando fui a España con el proyecto de La Cueva la gente me decía que yo estaba loca, que los números no me iban a dar. Pero esa parte organizada mía me ha impulsado a creer que sí se pueden hacer cosas guiadas por tus sueños, siempre y cuando tengas una medida de los pasos a dar. Entonces, esa otra Diana establece el control, porque tampoco la cosa es para autodestruirse, sino saber que todos los involucrados podemos ganar. Aunque, si te digo que yo controlo eso, te miento. Solo sé que ambas Dianas coexisten en mí de alguna manera.

Soy de padres humildes que todo se lo ganaron trabajando, que además nunca se olvidaron de sus orígenes. Pero vieron que con el trabajo se logran cosas y se puede llegar a vivir bien; que lo puedes hacer además ayudando a los demás. Creo que tengo entonces esa impronta paterna. En mis proyectos siempre está la pasión por las cosas, pero a la vez estoy pensando en la gente. No puedo soportar, por ejemplo, que los fotógrafos ganen poco, o que la fotografía no se reconozca. Hay países donde el arte es muy valorado, y el artista es tan reconocido como un científico, son bien pagados, pero lamentablemente aquí en Venezuela eso no es así.

Yo soy enfermizamente optimista. Me meto en proyectos y si me va bien sigo, si no me voy para otro. De los fracasos aprendo y sé que la próxima vez me va a ir mejor. Con lo que vengo haciendo hasta ahora creo que mi granito de arena es poder mostrar lo que se hace en Venezuela, dar testimonio a través de los libros de todo ese trabajo valioso que tenemos aquí, como es el de todos esos maestros de fotografía que no podemos permitir que mueran sin que se muestre su obra, no podemos permitir que eso se pierda. Después de todo, yo venero a la humanidad. Me parece que es una cosa increíblemente maravillosa. El arte, la ciencia, la medicina, la cultura en general, son productos increíbles.

Escritura:
Alexandra Cona
Fotografía:
Astrid Hernández
Lugar:
Los Palos Grandes, Caracas
Fecha:
12.10.2017
Hay cosas que uno va integrando, o por el contrario, que va desechando. Eso va formando lo que al final tú eres, aquello con lo que te quedas.
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