Durante la primaria y secundaria contaba los minutos antes de salir del colegio pensando cuánto me faltaba para mi clase de música. El sábado entero podía estar metida todo el día en una Master class

Inicié a los tres años. Era una metodología muy rígida y fuerte, pero creo que esos primeros momentos fueron fundamentales. Mis padres pusieron todos sus esfuerzos por formarnos en las artes. Crecí con un padre melómano, además de intelectual, es de estas personas que lee cuatro o cinco libros en simultáneo, escribe poesía, artículos, y constantemente está ideando proyectos; siempre en un proceso creativo. Se llama Guillermo Francisco Vegas Pacanins, y cuando empezó a hacer producciones musicales, estaba muy metido en el mundo del derecho. Queriendo utilizar un nombre distinto al que utilizaba entre abogados, decidió utilizar su segundo nombre y su segundo apellido, ahora 25 años después, es más Francisco Pacanins que Guillermo Vegas.

Mi visión desde que inicié en la orquesta era ser clarinetista. No tenía ambición de ser directora, ni de gerenciar proyectos. Estaba concentrada en mi clarinete y quería ser la mejor, siempre nos dirigía un hombre, el director. Dentro del intento de mejorar el clarinete, empiezo a entrar a las clases de dirección orquestal, para ver qué podía aprender y aplicarlo a la ejecución del clarinete. La experiencia me fue agradando. En eso hubo un curso de dirección en Puerto La Cruz. El maestro mandó a todo el mundo a asistir, yo era oyente, igual me lancé al curso. Hicieron un examen a los 70 participantes y quedé entre los 12 seleccionados, para hacer el cuento corto, terminé dirigiendo en el concierto final. Llamé a mis papás para decirles que me habían seleccionado y que iba a dirigir; agarraron un autobús y se fueron a Puerto La Cruz para ver cómo era la cosa. Cuando dirigí la primera vez me dije: ya va, ¡hay que pensarse lo del clarinete!, y empezaron a ocurrir causalidades. Yo tocaba en la orquesta de Chacao, y cuando me acerco al director a preguntarle si tenía posibilidad de acompañarlo como asistente, me dijo: “no me lo vas a creer, pero ayer renunció la directora de los niños, si tu quieres te lanzas”, y yo le dije: está bien, me lanzo. 

El aprendizaje con la batuta, es entender que desde una posición de autoridad, los mejores resultados se dan cuando tú entregas. Tienes que estar absolutamente convencida y segura de lo que estás haciendo, plantarte y decir: aquí estoy. Es estar dispuesto a recibir; con lo que te dan, unificar y ponerlo en una sola línea. Dando, recibes. Al principio, quizá, eso no se me daba tanto, te enseñan lo contrario, solo a exigir. Desde mi postura como mujer, el ser rígida queda un poco mal, porque se ve como una debilidad, “ella es autoritaria, porque no puede, no es hombre, tiene que estar ahí muy plantada”. Y seguro lo probé. Me ha llevado muchos años este aprendizaje, y ha implicado ganar mucha confianza en mí misma. Ya tengo doce años como directora.

Es un trabajo muy solitario en un entorno muy exigente. Sé que tengo que prepararme muy bien, porque al ser joven y mujer, al estar frente a una orquesta nueva, te hacen una radiografía completa: “vamos a ver si estudió, si dirige bien, si se sabe la música”. Por más que quiera o no quiera, como directora, siempre hay una distancia. La elaboración del proyecto me toca a mí. Todos tienen sus tareas, me dicen: “yo tengo que hacer el vestuario”, “yo tengo que cantar”, y ¿quién tiene que estar encima?: yo, porque además produzco. 

Mi mayor logro han sido las temporadas de música. Mi primera producción escénica musical fue La Novicia Rebelde. Me di cuenta de que lo que más me gusta a mí es que arriba ocurra algo, y nosotros estar al servicio de eso desde abajo, en el foso. Eso involucra días y meses de ensayo intensivo. Después de esa experiencia me dije: esto es lo mío. Más que dirigir una sinfonía en el escenario, todo lo que tiene que ver con música en el foso y escena sobre las tablas, me siento muy cómoda ahí. A raíz de eso, he puesto mucho de mi esfuerzo en las temporadas. Para mí es un orgullo que llevamos seis temporadas de zarzuela, temporada de ópera y tres musicales con la orquesta. Es una satisfacción muy grande y un trabajo muy intenso. Desde conseguir el título que pondremos, pasando por buscar quienes nos van a ayudar, a quién tenemos que llamar, hasta poner las luces y los toques finales. Es muy demandante. Cuando se presenta y termina, viene el bajón. Pero afortunadamente, el bajón dura poco. Inmediatamente empezamos a pensar qué viene luego. 

Un momento mágico dirigiendo es cuando veo desde el foso la completa concordancia de un movimiento en el escenario acompasada con la orquesta. Cuando la bailarina se une con el bailarín, en un Pas de deux, y logramos que coincida con el platillo, me humedece los ojos. Yo soy la única persona que está viendo lo que ocurre arriba, una privilegiada de poder estar haciendo la música y ver la sintonía con el escenario, mientras la orquesta está dándolo todo. Es una felicidad culposa. 

La relación con la música es mi vida. Sueño con las producciones y me levanto pensando cómo vamos a hacerla. Ya no es pasión sino todo. Es mi cotidianidad. Vivo en torno a la música. Mi papá está todo el tiempo urdiendo producciones musicales, mi esposo es barítono, y yo, para bien o para mal, mi cabeza está demasiado ahí. 

Cuando nació Martín, me tomé un año; quería dedicarle tiempo a él. Dirigí hasta con la barriga reventando, y después estuve todo el 2017 dedicada a él. En 8 meses habré dirigido una o dos veces. Me hizo bien tomar esa distancia, tuve tiempo de reflexionar sobre los rumbos de vida. Estar más conectada, me permitió replantearme qué quería hacer, y ahora estoy más feliz que nunca como directora titular en la Orquesta Gran Mariscal de Ayacucho. Yo con la orquesta trabajé muchos años, y siempre quería estar como residente. Después del año dedicada a la maternidad, Manuel me dijo que había oportunidad, así que renuncié a la orquesta de Chacao y me vine. En la Gran Mariscal hay muchos jóvenes, incluida, y los muchachos no ven esto como un trabajo. Nos gusta lo que estamos haciendo, no estamos cansados. Todos los que trabajan en la oficina, lo hacen totalmente dedicados, y en un país como éste, que aunque ganes 100 millones no te va a alcanzar, hay que hacer cosas que te gusten, y hay que hacerlo con un equipo que esté comprometido con lo que está haciendo y eso lo conseguí aquí, en la Gran Mariscal. Yo con este equipo me siento muy cómoda. Es la única orquesta que hay en Caracas que no se ha marcado nunca políticamente, eso para mí es importante. Nosotros podemos tocar hoy en Chacao y mañana en el Teresa, pasado mañana en el 23 de Enero y luego en El Hatillo. La Gran Mariscal tiene mi misma filosofía. 

Deseo entregar esperanzas. Tengo sobre mis hombros, y así lo siento, a todos los que están ahí confiando en un proyecto que estamos montando Manuel y yo. Algunos no se han ido porque están viendo a dónde llega esto. Cada vez que tenemos un concierto, la gente nos agradece el aliento. La audiencia, gracias a Dios, siempre ha sido agradecida y muy fan de la orquesta. La razón de ser de nosotros no es en la sala de ensayos u oficina, es en la sala de conciertos. Uno se debe al público. Los músicos hacen su arte para la gente. Cuando el público aplaude y se siente agradecido esa es la mayor gratificación para nosotros. 

Pareciera que cada vez estamos más necesitados de la cultura. Las orquestas me han regalado mucho, me han dado una carrera que amo y ahora tengo que fajarme para devolver algo de eso. Si pudiera transformarme en algo sería en agua, porque puede ir por todos lados, irse para un río, llegar al mar, sumergirse en las profundidades y volver a surgir. Creo que soy así, también me meto dentro de mí, muy profundo, y después vuelvo a salir. Me puedo ir en cualquier momento. Ese estudio conmigo misma y la música, ha hecho que yo me sienta cómoda y en paz. Apenas viene un lapso de más calma, me voy pa’ dentro. La inmersión suele ser en momentos muy cortos. Dentro siento mucha pasión, que advierto como todavía no entregada. Estoy a medio camino, con muchas ganas de hacer mucho más. Tengo en la cabeza cosas más grandes de las que estoy haciendo. Voy hacia allá, como hormiguita, paso a paso. 

Cuido de no perder la esencia y la razón del por qué estamos aquí haciendo música. A veces veo cómo algunos músicos que tienen mucho tiempo haciendo su oficio parece que se secaron, en cambio otros de 80 años permanecen inspirados, jóvenes de espíritu. Si a algo le temo es a perder esa juventud de espíritu. Con la rutina nos podemos olvidar de lo esencial, entonces tenemos que reconectar con el espíritu, no importa cuántas veces, porque si no, la música no va a salir bien. El antídoto es estar activos, trabajando, haciendo música. Yo tengo 32 años y no me siento diferente a cuando tenía 15 años. El ser madre me hizo más consciente pero no soy distinta. El casarme no me cambió, soy la misma. Y creo que eso es lo que nos mantiene jóvenes, hasta la edad mil. No veo la música como un trabajo, y no he hecho ningún cambio de postura que me aleje de mi esencia.

Escritura:
Mariana Maneiro
Fotografía:
Julio Suárez
Lugar:
El Conde, Caracas
Fecha:
24.5.2018
Tienes que estar absolutamente convencida y segura de lo que estás haciendo, plantarte y decir: aquí estoy.
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