Desde que tengo memoria estudio música.
Comencé a enseñar en escuelas a alumnos regulares, cuando mis hijos eran pequeños. En esa época llegó a Venezuela, de la mano de la profesora Flor Roffé de Estévez, una metodología que enseñaba a los músicos herramientas pedagógicas musicales. Aunado a eso, me estuve preparando con un grupo de psicólogos en Análisis Transaccional y Gestalt.
Fui una de las pioneras en Venezuela en trabajar en los colegios la música de integración como una herramienta diaria en el aprendizaje de los alumnos. De esta manera decidí darle a los niños con discapacidad un espacio alternativo en mi escuela, el Taller Experimental de Artes Integradas, TEARIN. Mi hija trabajaba conmigo en el área de artes plásticas y yo trabajaba lo musical, logrando una integración de las artes.
Con el tiempo me doy cuenta de que son niños ávidos de amor. Algunos me los traen porque los ven inquietos. A los padres a veces les resulta difícil entender o aceptar la discapacidad de sus hijos. Ahí tengo que sentarme con los papás y decirles: eso no es así, tienes que darles más amor o apretar un poquito más, tenerles paciencia... o, si no es suficiente, les digo: vamos a hacerte a ti la terapia musical, ¡tendremos que darte pao pao! Se trata del desespero de los padres de querer ver a sus hijos iguales a los demás. No se dan cuenta de que esos hijos que tienen una pequeña o gran discapacidad, es porque vienen al mundo a enseñarnos algo. Para mí no ha sido fácil. Me ha tocado aprender a tener más paciencia.
He tenido alumnos con estas condiciones crónicas, degenerativas, que van perdiendo sus capacidades motoras. Necesitan una maraquita o un palito para lograr con mucho esfuerzo tocar un tambor. Con ellos el trabajo es el amor: ¡Vamos tú si puedes! ¡Viste que sí lo estás haciendo! Tengo que demostrarles que es su voluntad la que lo logra. Con los otros alumnos, los regulares, sale la viveza del criollo: ajá, entonces hasta cuándo vas a tener la misma canción, sinvergüenza, ¡vamos que tú puedes! Es darte cuenta de qué les gusta tocar a ellos. Esa es mi función como profesora, crearles una conciencia y amor hacia la música. Que él escoja lo que a él le guste.
De mi faceta de cantante, ¡el culpable es Federico Pacanins! Excelente productor y escritor de obras musicales. Nos conocimos por su montaje, Billo: Una Revista Musical. Me invitó como ayudante de producción y luego, me preguntaba: “mira, ¿tú puedes cantar esto o aquello?”. De repente me dice: “mira Magdalena, yo quiero hacer una obra que se llama Las Canciones de Billo contigo como cronista”. Escogió el repertorio de las canciones escritas por mi papá, en ellas yo canto junto a otros intérpretes y en las crónicas cuento lo que ocurría en ese momento en el que mi papá la escribía y el por qué de cada canción. Es la historia de papá en la boca de una hija. Mi papá era muy celoso con su mundo musical y artístico.
¡Me tocó vivir en un mundo musical! Mamá participó en canto coral, en el Orfeón Universitario. Y papá vivía por la música, yo veía cómo llegaba de trabajar a las seis de la mañana y a esa hora se sentaba en el piano, casi sin pararse hasta el día siguiente, porque tenía una idea fija de una nueva composición y tenía que sacarla.
De mis hermanas fui la que estudió piano desde pequeña. Y eso a mi papá lo llenaba de orgullo. Se sentaba a oírme, pocas veces, pero cuando lo hacía lo disfrutaba y me aplaudía. Tuve la experiencia, a los doce años, de que mi profesora de música, Blanca Estrella de Mescoli compusiera un vals con mi nombre. Mi papá tenía un programa en Radio Caracas Televisión, en vivo, no existía eso de grabaciones. Él me dijo, “negrita, ¿tú quieres tocar esa pieza conmigo y la orquesta?” y le respondí, “¡claro papá, cómo no!”. ¡Siempre arriesgada!
Durante la presentación, en el momento en que estaba tocando, recuerdo ver a mi papá que le temblaba la mano. Yo pensaba: ¿qué le pasa a papá? ¡Era la primera vez que tocaba con una orquesta! Nos acompañaba Renny Ottolina y un gentío. Claro, estaba tocando la hija de Billo. Todo salió perfecto. Ahora que soy mamá y que soy abuela, digo: cónchale, verdad, pobrecito mi papá, ¡qué nervios!
Un hito muy importante para mí fue pasar de productora a estar sobre las tablas. Yo tengo mucha paciencia con mis alumnos, pero eso no pasa conmigo misma. No acepto equivocarme. Eso ha traído sus pormenores. Salgo chueca después de finalizar una obra. Me preguntan: “¿qué te pasa?” A lo que suelo responder: nada, ¡acabo de terminar una obra! El teatro es una anaconda, es una culebra que te está esperando. Si lo haces bien, ella se va, si no, ella te traga.
Cuando saben que soy hija de Billo, la gente no lo puede creer: “tu padre era tan amado”. Por un lado es muy bonito, por otro me digo: ¡tengo que portarme muy bien! Quiero mantener el nombre de Billo en alto. Dar a conocer que existió un hombre que llegó a Caracas un 31 de diciembre a los 21 años, que nos trajo el merengue dominicano, y se enamoró de Caracas. Hizo canciones a sus personajes y a la ciudad misma, marcando una época. Tengo presente que hay que rescatar la música de Billo para las nuevas generaciones.
En las generaciones actuales de músicos se han acostumbrado a un solo estilo. Yo les digo: tienen que buscar y formar un estilo propio. Se han mal acostumbrado a uno solo, pega en ese momento, pero después se va. La música de Billo queda: las letras son poemas y las melodías son propias y sencillas, trazas de su cultura.
Somos energía, mientras más la compartimos con los demás, los demás van a querer estar con uno, van a querer hacer o participar de alguna manera. También es sanidad. No hay que olvidarse de uno mismo, creer y tener fe en uno mismo, agradecer lo que uno tiene y echarle pichón a la vida. Si crees en lo que estás haciendo, ¡échele, trabaje en eso!
El amor para mí es todo: levantarme en las mañanas y hablarle a mis matas. Cuando estoy en la terraza tomándome un café y me viene el recuerdo de mi vecina mientras conversábamos de balcón a balcón; ella fue hasta dama de honor en mis quince años, partió a España. Brindarle comida a Jesús, el señor que limpia las calles. Amor es mi hermana que me vino a visitar y pasamos quince días divinos o cuando le hago los sanduchitos con chocolate a mis nietos, ver y sentir en ellos mi continuidad. La foto de mi papá y mis abuelos. Amor es escuchar a la orquesta. Me doy cuenta de que tengo relaciones hermosas por todos lados: mis alumnos, mi familia, el mundo musical, mis vecinos, los padres de las terapias, el coro. De esta manera afronto el desamor, con toda la esperanza.