Cuando yo iba a nacer mi mamá me ofreció a San José, porque yo no iba a nacer. Mi mamá tuvo conato de aborto y otras complicaciones. En la clínica le dijeron que yo iba a ser especial, y lo fui. Desde niño he tenido la videncia. Vamos a decirlo así, veía cosas que no entendía, que hoy en día sí comprendo. Esas dimensiones verdaderamente existen, las hadas, los duendes, los súcubos, las energías oscuras, todas existen. Pero más cerca estás cuando eres pequeño, te encuentras en estado puro y la visión es mucho más abierta.
De niño estuve siempre rodeado de personas de color. Eran personas de Birongo, de Barlovento, no tenían el conocimiento metafísico pero sí el conocimiento vivencial, criollo. Ellos me fueron guiando. “Señora Isabel, el niño no necesita ningún psiquiatra, vamos a llevarlo a un curandero”, le decían a mi madre. Un día me agarra Don Pablo Linares, un gran maestro de Birongo y es el que empieza a orientarme en el manejo de mi habilidad. Desde pequeño estuve rodeado de gente muy mística. De hecho, prácticamente, quien me cría es una negra, ¡pero negra africana!, y las oraciones que ella me cantaba eran en lucumí, y hasta me dormía con ellas. Toda mi vida ha estado enraizada en lo espiritual.
Quise ser cura pero los salesianos no me aceptaron, a pesar de ser educado como salesiano, porque mi madre no se casó. Desde los cinco años, inició mi proceso de “yo darme cuenta”. El amoldarse es lo que más cuesta. Hay muchas personas que están locas, por lo mismo que se me dio a mí, y los meten en un manicomio. Muchas veces no es locura, sino que son poseídos y nadie los canalizó. Yo tuve la gran suerte de poder desarrollar eso que me hacía diferente. Equilibrar esa fuerza, usarla exactamente cuando lo tengo que hacer. Sabiendo orar. Rezar no es leer una oración, es sentir la oración, es entregarla en cuerpo y alma.
Me han ocurrido cosas difíciles, no todo ha sido bonito. A mi consulta han llegado personas a pedir protección porque iban a robar un banco, o llegaban a decirme que querían matar a su papá. ¡¿Qué guía les puedes dar?! ¿Cómo haces para re-direccionar esa energía? A veces uso su misma oscuridad para llevarlos a la luz: “¿sabes lo que le va a venir a tu hijo si haces eso?”.
Mi caso emblemático, ha sido y es, conmigo mismo. Estuve casi 40 años con mi pareja y murió. Hice lo que sabía y lo que no sabía, entregué oraciones y todo mi universo por sanarlo y no sanó. Era un cáncer fulminante. Fui débil en mi oración. Busqué caminos que no iban en concordancia con lo espiritual, los caminos oscuros. Se curó un año, pero igualito se fue. Cuando murió yo estaba en luz, y lo ayude a irse. Fue un gran maestro, era lo que me faltaba para entender el camino en el que estoy ahorita, entender los procesos, entender la muerte. Para salir de ahí me costó, porque caí en un estado de shock, de locura, culpaba a Dios. Yo vivía en El Hatillo y decidí quedarme solo en esa mansión. Me encerré. Tapé todas las ventanas con telas negras. Pasé momentos muy duros, espíritus oscuros me querían usar. Mis vecinos asustados, avisaron a mi familia y vinieron a buscarme un 24 de junio, día de San Juan. Me dejé guiar por el amor de mi madre para salir de esa situación y empezar a sanar. Cuando ella me dijo: ¡Hijo, no quiero que te me mueras!, ahí entré en razón. La muerte fue la lectura para aprender que Dios es absoluto. Me di cuenta de dónde había errado. Fue mi ego el que decía: yo lo salvo, yo sé, yo lo hago. El ego del salvador. Fue el momento más duro de mi vida, no la muerte, sino el momento oscuro que vino después. Un duelo terrible.
Cuando estás en oración estás conectado con Dios y con el Diablo. Tú decides cómo usar esa energía. Eres el canal. Si en ese canal hay odio o resentimiento, cualquier luz oscura puede entrar. Dios no tiene que ver con lo que eres, sino con lo que haces. En ti está hacer tu mejor versión. Yo creo en la consecuencia de los actos. Cualquiera, chiquito o grande, tendrá su consecuencia. En ti está dirigirlo y aceptarlo, esa es mi lección. La absolución de tus actos está en ti mismo. A eso es que venimos, a corregirnos.
Ahora me encuentro en una escala muy alta de este camino, mi siguiente paso es el desapego, pero para dar ese paso tengo que hacerlo firmemente, cuando me sienta listo. Desapego es desconectarte, y yo todavía no entiendo cómo desconectarme del amor. Esa frase, cuando Jesús le dice a María: “yo no te conozco”, yo no podría decirla en este momento. Para mí aún no es el tiempo para dar ese paso, amo a mi mamá, a mis amigos, a mis afectos. Hay que desatar nudos. La etapa de decir “no tengo más deseo” es muy dura y difícil.
El maestro eres tú mismo, puedes tener una guía. Un libro, algo que encuentras en la calle, una conversación en un banco, una situación, pero el maestro siempre serás tú mismo. Amarte, saber dónde estás, qué estás haciendo, para qué y por qué te mantiene en contacto con el yo soy. Yo soy fuego, soy luz. Soy: iluminando y sanando.