En el 2012 tuve mi primer recital en Los Teques. Sentí nervios, sudor. Recité mi primer poema, que se llama “La bala”, era sobre la muerte. En ese recital hablé de la muerte y del amor. Dejar de sentir al otro humano con el que te relacionas, eso es la muerte.
Yo empecé con lo místico en un encuentro al desnudo con la palabra, es todo el proceso, el desnudarla y mantenerla así, en estado puro. Pero creo que es la influencia del afuera lo que obliga al poeta a expresarse simbólicamente.
No me gusta explicar el poema, me gusta que sea un golpe al oyente. Mi relación con la escritura ha sido tortuosa, pero también sabrosa. Hay veces que yo no quiero escribir pero la escritura me obliga, y hay veces en que yo la presiono a ella. Los poemas son cosas que uno se va tragando en su día a día y que deseas compartir con otras personas. Son experiencias que están fuera de los libros y que hablan de quiénes somos. A través de la poesía me he vinculado más a nuestra identidad como pueblo, donde nos reconocemos cada uno como parte de este espacio. He ido descubriendo autores venezolanos a los que me parezco, reafirmándome en lo que somos, para no perder la tierra en la que estamos sembrados. También con otros, como César Dávila Andrade, místico surrealista ecuatoriano, al que le preguntaría por qué se suicidó en Mérida, por qué solo vino a suicidarse a Venezuela.
A medida que vamos creciendo nos vamos perdiendo en nuestros sueños. Veo a los niños jugando con una pelota de papel y tirro y una arquería de piedras, y me dan ganas de volver a la infancia. Siento que en su pensamiento configuran un gran estadio de fútbol, con grama y reflectores. Están imaginando que juegan con un balón, no con una pelota de papel, se trasladan a otro mundo posible. Yo era así. Ahora juego con la palabra. Las cosas sencillas del Credo de Aquiles, vagabundear y caer en La Indiecita en Capitolio, en las calles de Carapita, o en el lugar de descanso, Altavista en Catia, donde vivo. El poder sacar una experiencia con tus palabras, es ir creando nuevos mundos.
Caracas para mí es el lugar donde podrían vivir todos los poetas. Ciudad en la que todos los días te inspiras a escribir nuevas cosas. Aquí conviven todas las historias: Romeo y Julieta, tragedias como Hamlet, o tragicomedias como las de un choro o malandro. Es la ciudad donde cualquier cosa te puede suceder. Esas historias del barrio no se llevan usualmente a la literatura, a la que llegan temas más místicos, simbólicos, que creo se alejan de la realidad concreta.
Busco la estética del barrio que se está quedando fuera de la poesía que está saliendo. Mi intención es recoger las experiencias cotidianas del barrio, con sus callejones para el reencuentro de nuestra identidad. El barrio te dice cuándo tiene que estar y cuándo no, en el camino de ir escribiendo lo que uno va viendo y sintiendo en esta experiencia que llaman vida.