Comencé como entrenadora hace catorce años, como bióloga hace casi diecisiete. Entreno y crío perros, y doy clases de biología a adolescentes. Soy de carácter fuerte. Me gustan las cosas correctas. Me considero una persona muy directa, sincera. Lo que tengo que decir lo digo y ya. Suelo sentirme orgullosa cuando veo cómo a las personas les brilla el rostro cuando mis perros, criados y entrenados por mí, cumplen bien su función, del mismo modo, cuando mis estudiantes reconocen todo lo que han aprendido en mis clases, aunque los primeros días tiemblen al verme.
Mis padres me inculcaron el amor por los animales, en especial por los perros. Gracias a ese amor y a mi tía, Rosario Pecchio, una criadora de perros muy reconocida en Venezuela, me inicié en este oficio. Mi tía me ayudó e inspiró. Mi primer perro fue Cinnamon, con él comenzamos a trabajar el show canino, era un Golden Retriever, luego, cinco años después, llegó una hembra, Brandy, con ella empecé la agilidad canina. Tuvo una camada de perritos muy buena, la mayoría campeones de los shows de belleza canina. Yo me quedé con una hembra, Nala, era un perro de asistencia, la entrené para que acompañara a un niño con síndrome de Down. Lo que más trabajé con ella, aparte de la compañía, fue la dicción, para poder darle órdenes había que pronunciar muy bien. Tequila nace de otra excelente camada, a ella la entrené para acompañar a una muchacha especial, muy inteligente, Francis Muñoz. Tuve la oportunidad de viajar a Estados Unidos con el objetivo de prepararme mejor como entrenadora de perros para personas con discapacidad visual.
De nada te vale entrenar a un perro de asistencia y tenerlo encerrado. Francis se llevaba a Tequila a la universidad y al trabajo. Tequila pasaba todo el día trabajando, era como las manos de Francis, la asistía con la silla de ruedas, le abría las gavetas.
Mi corazón se llena de orgullo cuando veo a mis Golden Retriever trabajando. Hay momentos muy fuertes, cuando tengo que ir a orfanatos. He asistido a lugares con personas con cáncer y a los geriátricos. Mi trabajo me alienta, en especial, cuando veo el rostro de las personas que se sienten acompañadas y asistidas. Tengo el compromiso conmigo misma y con el otro de seguir adelante con lo que hago. Un perro nunca va a mostrarse fastidiado de acompañar a una persona, de llevar una silla de ruedas. De asistir a alguien que lo necesite, ellos siempre van a estar dispuestos.
-Vamos Muñi, ¡vente catira!