Llevo treinta y seis años de mi vida en San Agustín, donde nací. Mi papá y mi mamá se separaron y eso fue para mí como cuando un coco seco se parte, así se partió mi vida. Desde ese momento tuve una vida dura, difícil. Cuando uno no tiene a sus padres a su lado uno agarra el mal camino y la vida se te hace más difícil. Mis tíos eran delincuentes, eso me llevó a caer en ese mundo. Empecé a agarrar pistola a los doce años. Amanecía, bebía. Mi vida se había echado a perder. Ya no me importaba nada. No tenía ni papá, ni mamá, estaba siempre en la calle. El hambre o el frío eran mis acompañantes, así que dependía de mí mismo para sobrevivir.
Caí en la delincuencia más que todo por el maltrato que recibí de niño, el maltrato que me daba mi familia. Mi papá andaba por su lado, mi mamá por el suyo. Entonces veía cosas que no tenía que ver. Y empecé a robar.
Yo vendía drogas. Fue un pana mío el que me disparó. Me debía una plata, pero él se cobró antes que yo. Me han disparado tanto en la vida para matarme y esta vez creo que lo lograron, mataron a Miguelón, el malandro. En el hospital me dijeron que no volvería a caminar, para mí eso fue mortal. Tenía tanto odio por el que me disparó que pensaba solo en vengarme. Sin embargo, no tuve tiempo para venganza porque me tocó aprender de nuevo todo, desde cómo ir al baño hasta cómo valerme por mí mismo. Entonces empecé a luchar por mí.
Dios me puso en el camino en una silla de ruedas. A lo mejor ya no tuviera mi cuerpo, estaría muerto o preso. Siento que ha sido una oportunidad que he recibido de la vida. A raíz de entender eso me levanté y empecé a luchar. Me di cuenta de que la delincuencia no deja nada bueno. A muchos de mis panas los habían matado, otros estaban presos.
Siempre me gustó el baloncesto, así que me pregunté: ¿por qué no seguir jugando?
Hoy día doy clases de baloncesto. Ahora mi lucha es ayudar a esos jóvenes que están allá afuera perdidos en la delincuencia y las drogas, esos ‘Miguelones’ desorientados por la ausencia de sus padres o de alguien que los guíe. Trato de rescatarlos a través del deporte para que se alejen de los malos pasos.
Las personas no creían en mí. Decían que no iba a servir porque yo fui un delincuente y ahora estaba postrado en una silla de ruedas. Entonces, yo trabajaba más fuerte, me esforzaba cada vez más. Ahora estoy recogiendo los frutos de todo lo que he trabajado.
El primer juego de nosotros fue por la carretera vieja de La Guaira, con ese sol candente. Sueño con entrar a jugar con la selección de Venezuela.
Yo trabajo para mi corazón, no para mi bolsillo. Yo he visto muchos profesores que trabajan pero no trabajan para su corazón sino para su bolsillo.
La vida fácil solo puede llevarte a dos lados, a la cárcel o a la tumba. Siempre se lo digo a mis alumnos, también a mis hijos. Si yo les mintiera a ellos sobre lo que fui en el pasado, el día de mañana, alguien más se los dirá. Tengo cinco hijos, cuatro hembras y un varón. Por eso hablo mucho con ellos. Sobre todo con el varón. Le digo que tiene que hacer deporte y estudiar para que pueda ser alguien en la vida. Que vea mi ejemplo. Doy gracias a mi actual esposa, por ella me enderecé, siempre me decía que esos tipos con los que yo andaba no eran mis amigos. Después de que nació el varón comprendí que mi vida tenía que cambiar. La felicidad llegó a mi vida con mis hijos y cuando decidí cambiar.