La escritura es mi pasión. A los once años escribí un cuentico corto sobre una chama de la que me enamoré locamente y a la que nunca conocí. Fue mi amigo quien la vió primero y me habló de ella, y cuando la ví, no pude dejar de seguirla. Esa admiración me dio la inspiración para empezar una historia que todavía estoy escribiendo.
Cuando crecí empecé a estudiar por error Agronomía en la Universidad Central de Venezuela en la sede de Maracay. En esa época había muchas huelgas en la universidad y me cambié a estudiar Mercadeo en el Instituto Universitario de Mercadotecnia, me gradué y me fui a la Universidad Católica Andrés Bello a estudiar Comunicación Social. El horario no me funcionaba y me cambié a Administración y más adelante decidí, paralelamente, estudiar Letras.
La carrera de Letras en la Universidad Central ofrecía talleres que me permitían desarrollar mi talento narrativo. No terminé esa carrera porque el horario de Administración cambió a la noche, me gradué en esa materia y seguí haciendo lo otro que me gustaba: entrenar.
Hacía aeróbicos, lo empecé como un hobby en la universidad y después me fui profesionalizando. Pertenecía a la selección de un gimnasio que tenía la crema de la crema de esa disciplina. Daba clases y entrenaba en la mañana, en la tarde me iba a la Católica y en la noche terminaba en la Central. Eso fue por tres años hasta que me lesioné la rodilla y dejé de hacerlo como actividad competitiva.
Me dediqué a mi parte profesional y no dejé la escritura. A veces me tomaba el tiempo para escribir cuentos cortos en mi trabajo, que aunque pareciese que en Administración solo pensamos en números, existe una parte creativa también. Hay que ser creativo a la hora de formar una empresa, una venta, la promoción de un producto al cliente o en la parte de Recursos Humanos, para que las personas que pertenecen a una empresa la valoren, se sientan escuchados, atendidos y tengan oportunidades de superación.
Aprendí a valorar a la familia a partir de la historia de mi padre. Su historia es cruel. Él y sus hermanos habían huido a la ciudad porque mi abuela era muy dura, fría y pragmática. Al parecer ella le tenía cierto recelo a los hombres. A todos los varones los botó de la casa quedándose solo con las niñas. Papá vivió en la calle, la pasó duro, le tocó lavar carros, así conoció a un médico que lo llevó a trabajar en un hospital privado. Es así cómo comenzó su vida a cambiar. Él nos da ejemplo de familia, nunca nos golpeó ni castigó, prefería conversar, a pesar de su carácter explosivo, con nosotros se calmaba. Todo lo que ganaba lo daba a la familia. Mi papá es un ejemplo enorme, pudo haberse perdido en las calles. Es un ejemplo de que aún en las peores circunstancias puedes salir adelante, es tu voluntad la que va a hacerlo posible y eso es lo que aprendí de él y lo que quiero seguir transmitiendo.
Cuando estaba en sexto grado comencé a interesarme por los temas espirituales, mi maestra me inspiró. Siempre tuve curiosidad por el yoga, la metafísica, cómo trascender espiritualmente, cómo superarme a mí mismo. Creo que los seres humanos debemos retomar ese camino, no me refiero a religiones, sino a un desarrollo espiritual para que todo el desarrollo físico que tenemos pueda conectarse con el espíritu y la mente, e ir a un nivel superior y disolver las diferencias que tenemos. Siempre he sido un hombre con esperanza.
A veces me pregunto si soy una persona feliz. Creo que sí lo soy. Me hace feliz estar con mi esposa, con mis dos chamos, con mis padres; saber que somos una familia. No tengo mucho dinero, pero sí muchas razones para ser feliz. El dinero te ayuda a tener comodidades y calidad de vida, pero no es lo más importante.