En casa de unos vecinos. Es viernes por la noche, estamos reunidos familia y amigos disfrutando por televisión del boxeo de Rafito Cedeño, poniéndole sabor la voz de Miguel Thodde. En uno de esos momentos de publicidad aparece el programa de “Popy”, sale su esposa “Popona” que es gorda, en ese instante pasa por el medio de la sala la vecina, ella es rellenita; me da risa, pues se había hecho el corte de pelo igualito a “Popy” y entonces le suelto a toda voz: "¡Te pareces a Popona!" Tremendo chalequeo que le montaron el marido y los panas. “¡Popona, Popona…!” Y esa mujer enfurecida encontró su desquite a los pocos minutos…
Siempre la gente sueña con transformarse en algo. ¿Yo?, en nada, ¡en un coño!, en lo que soy. El hijo de Rafaela, el nacido en el barrio de San Agustín, parroquia que le ha dado a Venezuela excelentes músicos. Soy un músico prestado a la docencia, la que me ha ayudado a entender por dónde hay que ir. Si no ayudamos a formar esas semillitas no vamos a tener una patria diferente nunca.
Un día reflexionando con un grupo de compañeros sobre el legado que deja un hombre, nos planteamos la idea de crear la organización: La calle es de los niños, para darle respuesta a la violencia en el barrio, abarcando los espacios con alegría a través de la música. Entonces como una comunidad organizada nos empeñamos en aportar algo de lo aprendido en la vida y ayudar a formar con valores a los chamos de San Agustín.
Me gustaría que el trompo le gane al celular y que los chamitos en las escuelas conviertan los pupitres en trombones, que tengan la misma oportunidad que tuve de ser feliz en el barrio, aunque no era fácil, era feliz, porque son los adultos los que ven a los niños infelices.
Los padres le ponen el nombre a uno y alguien en el barrio se encarga de quitártelo, muchas veces es un augurio de buena suerte y otras es comida para los zamuros. ¡Gracias a Dios a mí me tocó bien!, pues esa noche del boxeo pasaron un comercial de leche donde aparece una vaquita llamada “Paicosa”, la vecina, que hoy en día es mi comadre, empezó a gritarme: “Y tú que te pareces a la vaca esa”, porque yo era un poco gordito y los panas en un solo canto acudieron al bautizo “¡Paicosa, Paicosa!”, me arreché. No entendía, a los 14 años, que si en un barrio te llaman “fresco de uva”, te la calas y todo pasa.
Hoy en día me presento y firmo vainas musicales como Jesús “Paicosa” Guzmán. A pesar del tiempo, aún tengo la voz de mi vieja cosida al alma, un año antes de morir: “Jesús Armando, Jesús Armando…” Me estaba llamando, yo no escuchaba, hasta que dijo: “PAICOSA”. Ella nunca me llamó así, por eso, a la edad de 50 años, me sorprendió porque jamás en su vida me había aceptado tal sobrenombre. Y que me llamara así desde su cama hizo que me reencontrara con sentimientos bonitos. Al llegar al cuarto le dije: ¡¿Qué pasó mamá?! Y me respondió: “Esa es la única manera que tú hagas caso muchacho”.