Cuando era niño había una fiebre en Mérida de tocar instrumentos populares, yo comencé con el cuatro. Todo era muy informal. Nuestra formación era guataquera. A los dieciséis años sentí la necesidad de profundizar más en la música y comencé a estudiar en el Centro Universitario de las Artes. La escuela de música de la ULA. En esta escuela tuve mi primer contacto profesional al comenzar a leer partituras. Poco después me vine a estudiar en Caracas, para ese momento, en Mérida, no existía la posibilidad de hacer música como carrera universitaria. Me gradué en composición.
Sueño que mi música llega a todas las personas, como si tejiera una red que nos une y nos hace más amables, entre nosotros, a través de ella. Me gusta transmitir alegría a las personas. Disfruto cuando el público, tanto dentro como fuera del país, se contagia con el sonido de mi instrumento y vive ese momento olvidando cualquier tipo de diferencias humanas.
No siempre las circunstancias son las ideales, pero el resultado es grande cuando insistimos en lo que creemos. Quiero mostrar lo mejor de nuestra cultura.
Hacer música es para mí lo más cercano a la libertad. Me hace sentir como un ave que vuela alto. Me hace crecer. La música es la música, no puedo ni quiero encontrarle otra definición, es lo que es para mí. Quisiera lograr romper los prejuicios y las fronteras a través de ella.