Mi pasión es la literatura y por eso me he dedicado a la enseñanza toda mi vida. Me gusta conectar a la gente con cosas a las que no están acostumbrados; les presento autores y les doy libros que no conocen para que descubran mundos nuevos.
Lo que más disfruto de mi labor es unir a las personas con la literatura, no desde el punto de vista académico, sino más bien, desde el lado sensible que te lleva a descubrir el sentido de la vida. Aquello que nos permite crecer, reinventarnos, vencer los obstáculos. Reconocer las deficiencias propias para poder avanzar y construirnos.
Para mí es fundamental sentir paz en todos los aspectos, dejar a un lado los rencores y darle entrada al perdón para continuar por buen camino y así ayudar a los demás. El mundo de las letras me ha permitido reflexionar de esta manera, entender mejor las cosas y aprender a perdonar para ser más felices. Es así como me construyo cada día.
Aprendí a perderle el miedo a las cosas, sin embargo, mi mayor temor sigue siendo que mis hijos sufran y que no sean felices. Mi tendencia natural a la protección comienza con ellos, con querer salvarlos las veces que pueda hacerlo.
La sensación de libertad, propia de la infancia, me ha permitido fluir entre los textos y perder ese miedo que siempre le tuve a la vida. Comprendí que los miedos no son miedos. Descubrí dentro de mí esa inclinación salvadora que pretende proteger a los demás a través de la literatura.