Mis padres son profesores universitarios. Mi padre era arqueólogo y en mi casa había un gran mueble con piezas que mi papá había sacado de las excavaciones. Mi mamá siempre ha estado muy vinculada a la cultura popular, viajamos muchísimo dentro del país, lo cual agradezco. He ido a todos los tambores de todos los santos habidos y por haber, íbamos a donde quiera que hubiese una manifestación folklórica. Con el pasar del tiempo me doy cuenta de que a pesar de esas raíces, me he orientado hacia cosas muy diferentes.

Mi papá era, al igual que mi mamá, una persona de izquierda. Fui a Nicaragua un diciembre, justo después de la revolución Sandinista,  no era lo más hermoso para un niño pero tengo recuerdos muy bonitos del viaje. Los parques eran tanques de guerra quemados y los niños jugaban ahí. Mis amiguitos del colegio estaban en Disney probablemente. Con mi papá, separado de mi mamá, me fui a la Guajira. Aunque fue un choque irme tres semanas a compartir con mi papá, con quien no convivía tanto tiempo, e irme a vivir con los Guajiros y a dormir en hamaca a la intemperie, la verdad es que fue chévere.

Mi infancia huele a las calles de Sanare donde se baila La Zaragoza, huele mucho al interior del país, a un ranchito de pescadores en Tacarigua donde dormimos, al olor de la Laguna Negra en Mérida, a la geografía nacional. Es fresco, como el olor de la naturaleza.

Vivía en la Alta Florida. Mi mamá nunca fue una persona de grandes ingresos, la gente que estaba en mi cuadra estaba más acomodada, éramos de las familias más humildes. En mi colegio, a pesar de que todos éramos hijos de profesores de la Universidad Central de Venezuela yo era de la masa más humilde de mi grupo de amigos. Cuando iba a entrar a bachillerato pedí que me metieran en un liceo público experimental, y allí yo era la aristocracia pura. Mi vida siempre estuvo llena de contrastes.

En mi calle vivía un amigo que quería ser policía. En esa época se formó la primera policía municipal del país, la Policía de Sucre, que era una policía como de Miami. Ese asunto me generó un interés que para mí fue muy sorprendente, porque mi mamá siempre me metió en clases de bongó, poesía, danza contemporánea, expresión visual plástica, pero nunca me metió en deportes de contacto ni me compró juguetes bélicos.

Hice las pruebas de admisión sin decirle nada a mi familia, quedé seleccionado, y un día que estaba con mis amigos mi mamá se enteró. Fue el único conflicto importante que he tenido con ella. Entré en la Academia de Policía, era el menor de todos. Después, cuando empecé a estudiar Comunicación Social en la UCV fue rarísimo por la tirria que existe entre policías y periodistas, y fue igual: “aaah, tú eres policía, bien bueno”. Siempre ha pasado que voy en el sentido contrario, pero es un sentido contrario que a mi modo de ver no choca de frente, se mezcla sutilmente.

Me gradué con honores en la Academia de Policía, fui policía dos años. Es de las cosas más interesantes, trascendentes, excitantes, importantes que he hecho en la vida. Puso a prueba desde mi rectitud, honorabilidad, responsabilidad, hasta mi lado humano más débil y más fuerte. Presencié secuestros, asesinatos, violaciones, partos, abortos, choques, conflictos de pareja. Ahora que vivo en este mundo de la publicidad me pregunto por qué trabajamos con tanto empeño si nadie se va morir porque cometamos un error. El error de un policía puede derivar en la muerte de alguien.

Visité a mi mamá en España y conocí a un amigo de ella productor audiovisual. Cuando me tocó hacer pasantías en la universidad lo llamé. Mi primer proyecto fue ser asistente de producción en un set de un videoclip de la Banda Marcial de Caracas, ahí dije “esto es”. Desde entonces soy Productor Audiovisual y no he hecho otra cosa en estos dieciocho años. 

Tengo bastante capacidad organizativa. El soporte logístico del proyecto es el productor y eso se me da bien. Fui capitán del equipo de fútbol, delegado del salón, fui Comandante a los cinco meses de haberme graduado en la Policía. El liderazgo se me ha dado naturalmente y me siento cómodo.

La familia es el bastión fundamental de mi vida. Todo lo que intenté, busqué y logré, lo visualicé pensando vivir bien con mi familia. Paso noventa días al año fuera de mi casa por cuestiones de trabajo y a veces es fácil descuidarla. En mi esposa encontré una compañera, que a pesar de que en algunos momentos pueda objetar los compromisos que profesionalmente asumo, convivimos tanto con la alegría de los proyectos, de la oportunidad de trabajo, como con la sensación y el dolor del alejamiento, el viaje, la distancia. En ella tengo un apoyo grande y un estímulo.

Mi hijo es un canal a sensaciones que no viví antes, muchísimo más tiernas, más a flor de piel que no me dejan de asombrar. Es un vínculo a mi niñez, me veo ahí en gestos y en cosas que hace. Vives tu infancia de nuevo a través de tus chamos, vuelves a jugar muñequitos, a ir a parques, a comer compotas. Mi chamo es el jefe máximo, y lo digo sin vergüenza, hacemos todo por él, por darle una educación de calidad, que esté en un sitio seguro, que no le falte nada.

Mi nana me buscaba en el prekinder y uno de los recuerdos más bonitos que tengo es esa caminata en la que conversábamos sobre lo que había preparado para el almuerzo. De alguna manera revivo eso con mi chamo, una rutina súper saludable, nos paramos a comprar una chuchería o a jugar un ratico en el parque. Lo que más nota me da es que sale corriendo a abrazarme como si no me hubiera visto en una semana.

Actualmente vivo en Miami. Soy de los venezolanos que quiere volver, de los que se fueron en contra de su voluntad, pero debo reconocer que Miami me da una pausa y tranquilidad importantes. Tal vez por la manera en que vivo, no uso el carro y me lo gozo totalmente, vivo en una zona peatonal.

En este momento si tuviese un oráculo le preguntaría sobre Venezuela, ¿Cómo hacemos para salir de esto con la menor cantidad de heridas posibles? ¿Cómo hacemos para salir de este punto en el que estamos, que pareciera el peor de la historia?

Quiero estar en la reconstrucción del país. Sueño con volver, quisiera que mi hijo creciera en Venezuela.

Escritura:
Odri Albornoz
Fotografía:
Pedro Tovar
Lugar:
Altamira, Caracas
Fecha:
3.1.2018
Siempre ha pasado que voy en el sentido contrario, pero es un sentido contrario que a mi modo de ver no choca de frente, se mezcla sutilmente.
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