Comencé a reparar aires acondicionados cuando era un muchacho, como a los dieciséis años. Aunque creo que todavía sigo siendo un muchacho. También soy técnico inspector de obra civil y técnico electricista. A los técnicos siempre los solicitan en todos lados. Yo lo que hago lo disfruto, y el que disfruta lo que hace, lo hace bien.
En este trabajo tenemos que entender mucho al cliente. Ellos te están pagando por un servicio, entonces hay que hacer un trabajo de calidad. Y más en mi caso, que prefiero clientes pequeños, porque si haces un buen trabajo te pueden referir con otras personas. Así he conocido gente en toda Venezuela. Este trabajo me ha dejado eso y toneladas de conocimientos que seguiré cultivando.
También le debo mucho a las experiencias que he vivido. No le temo a nada en especial porque he pasado por momentos difíciles y junto a Ana Mireya, a quien amo enormemente y con quien tengo 25 años de casado, hemos superado todo.
Recuerdo que estuve trabajando en una posada en La Sabana del Estado Vargas cuando fue la vaguada. Tuvimos que aprender a solucionar muchos problemas. Yo nunca puedo parar, me gusta estar en movimiento, resolver, ayudar y enseñar. Y eso fue lo que hice allá. Tenemos que unirnos como comunidad y dar con el corazón, dar en lo poco o en lo mucho.
En otra oportunidad fui educador en Nula, en la frontera con Colombia. Le di clases a jóvenes guerrilleros. Son jóvenes buenos. Uno no sabe. Yo comenzaba dándole clases a 25 alumnos y terminaba con 27 o más. No pude seguir porque después era hacer cursos por toda Venezuela, y no era fácil moverse con los problemas de gasolina en el Táchira. Me vine a Caracas con mi esposa por una oportunidad que nos salió. Pero me da mucha satisfacción que esos muchachos hoy en día trabajen gracias a eso y sigan en contacto conmigo.
Venirme a Caracas también fue una forma de sortear problemas políticos que tenía en el Táchira, allá yo era activista y líder comunitario. Aquí en Caracas unos grandes amigos nos tendieron la mano. Luego mi esposa y yo compramos un negocio pero quebró por la coyuntura del país. Fueron momentos duros. Tuvimos que vender muchas de nuestras pertenencias. Sin embargo, crecimos en la dificultad y lo superamos juntos, con nuestro amor. Surgimos como los corchos cuando los hunden en el agua.
Mi esposa y yo somos de San Cristóbal, pero nos conocimos aquí. Allá tenemos una hermosa casa y tenemos a nuestras familias. Cuando vamos, son por lo menos dos días de parranda. Tenemos una gran amistad, un gran amor y una gran comunicación. Somos el uno para el otro. Todos los días por la mañana tomamos café juntos, y en la tarde siempre almuerzo con ella, a menos que esté viajando. Aunque cuando viajo me encanta que ella esté a mi lado, que vaya conmigo. Me levanto a las cinco de la mañana y estoy abrazado a ella. Siempre surgimos juntos, a pesar de los problemas.
Soy feliz con mi profesión y con mis tres familias: la mía directa; la de mis hijas con mi anterior pareja, que ya me han dado nietos; y la de mi actual esposa Ana Mireya. Cuando uno está bien y se siente satisfecho, la gente a tu alrededor lo percibe y también está bien con uno.
Creo que de todo eso se trata el amor y lo aplico en mi vida personal y en mi trabajo. Siempre busco comprender a mis clientes y comunicarme con ellos. Sin comprensión, sin amistad, sin comunicación, sin el estar ahí, presente, se acaba el amor. Mientras tengamos eso seguiré sin temerle a nada. Me mantengo con la visión de que todo va a estar bien; de que uno no va a ir para abajo, sino que va a ir siempre para arriba. Yo creo que somos energía. Todo es energía. Tal vez por eso me gusta tanto la electricidad. Esa energía fluye si la dejas, y si tú pides energéticamente de forma realista, esa energía llega. El dinero es energía, el amor es energía.