La admiración por las composiciones del maestro Antonio Lauro le dieron un vuelco sorprendente a mi vida, gracias a uno de sus valses -para mí el más hermoso- Natalia. Me atreví a ir más allá de los acordes de una guitarra, adentrándome en esas afinaciones sublimes que se encuentran en este instrumento para interpretarlo, aunque le dediqué mucho tiempo a esas prácticas jamás lo conseguí.
Tocar ese vals me tenía inquieto, hasta que un día pensé interpretarlo con mi cuatro. Por mi destreza con este instrumento creí que se me haría más fácil. Día tras día intentaba encontrarla en esas cuatro cuerdas, fueron momentos de mucha ansiedad. Pero una mañana, finalmente, después de tanto buscar a Natalia, ella me encontró a mí, en una afinación encantadora que me hizo erizar la piel. Me vibró todo el ser. Me sentí cerca de Dios.
Al darme cuenta de que había logrado sonidos, y una afinación nada familiar, seguí practicando para no perderla. Al tener ya seguro ese sonido entre mis cuerdas -y por la necesidad de saber si esto que estaba haciendo ya se había hecho antes o no- investigué hasta llegar a reunirme con el maestro Hugo Blanco, quien al escucharla se maravilló diciéndome que: “Había revolucionado el cuatro, al diferenciarse del Cambur Pintón. Esta afinación le da más al cante. Esa sonoridad no la encontraríamos en la música clásica o popular Venezolana. Había creado un nuevo método con el cuatro”...
Esta afinación me encontró hace 20 años y hasta la fecha no se ha podido registrar. No le han dado el reconocimiento que merece, aún no tiene seguidores ni la he escuchado por otros intérpretes, pero a pesar de ello he logrado componer cinco valses, música instrumental, clásica y merengue.
Quiero mantener la venezolanidad del cuatro porque a diferencia de la guitarra, con el cuatro pueden charrasquear, improvisar y crear melodías que sin cerrar los ojos te pueden envolver en una magia celestial, acercándote más a Dios.