Llegué a Venezuela como empujado por la espalda debido a un golpe militar que ocurrió en Argentina en el año 1966, donde la facultad de ciencias de la universidad en la que estudiaba fue objeto de un violento ataque por parte del ejército.

No vine solo. Éramos un grupo de jóvenes aterrados que huimos de nuestro país y aterrizamos en Venezuela, casi por milagro. Llegamos al Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, el IVIC, en donde un grupo de investigadores de muy alto nivel nos recibió muy bien y nos dotó de los instrumentos necesarios para realizar nuestro trabajo. Yo terminé mi carrera de biólogo en el año 1972 haciendo equivalencia. Pasé 25 años dando clases de biología en la Universidad Central, fundamentalmente, en comportamiento animal, área por la que siempre sentí profundo interés y que era una especialidad bastante rara en ese momento. Así fue el inicio de mi vida en Venezuela donde descubrí el trópico. Y donde la angustia y la depresión, que me acompañaron durante mi huida de la dictadura, fueron en decadencia mientras mi amor por este paraíso crecía.

Desde pequeño he tenido mucho amor a la naturaleza y mi conexión con ella hizo de la pesca marina mi pasión. El mundo submarino me atrapó por completo. Suelo conmoverme con las maravillas de la vida natural y ver centenares de peces juntos me tenía absorto. Su mundo me fascina y mi curiosidad por ello me tenía loco por saber qué significaba biológicamente que miles de esos peces estuvieran siempre juntos. Quería saber qué tipo de conducta significaba andar en cardumen y qué beneficios obtenían de ello. Mientras lo descubría pasó el tiempo velozmente. Luego me sorprendió la edad de la jubilación donde despertó en mí el deseo de conocer el bosque.

Mi idea inicial era irme a vivir a un monte con mi mujer y tener mis animalitos, sentir y descubrir la vida en ese entorno, pero no fue posible, para mi desdicha, así que nos quedamos en nuestro apartamento.

Este lugar era una montaña de escombros cuando lo descubrí y me propuse convertirlo en un bosque.  Con la ayuda de un grupo de vecinos trabajamos llevando a cabo varias actividades comunitarias y entre bailoterapias, bingo y algunos conciertos creamos el Jardín Ecológico de la Concha Acústica. Yo me dejo llevar por el espíritu colectivo porque me parece que lo privado está cargado de ideologías que frenan el crecimiento humano y es por eso que hoy puedo ver este lugar transformado.

Esto se inició como un proyecto individual porque me gustaba venir acá y descubrir. Meterme por todas partes, trepar el cerro. Sigo pensando que me encantaría vivir acá pero todo se ha vuelto tan hostil que abandoné la idea. En la actualidad es todo muy peligroso y a veces no puedes cumplir algunos sueños por esa razón.

Nunca tuve el impulso de educar a la gente ni enseñarles la naturaleza pero una exalumna, amiga mía, me dijo que esto era perfecto para educación ambiental y fue así como ella me hizo descubrir lo que sería mi trabajo principal: la maravilla de trabajar con niños, hacer demostraciones ecológicas y talleres. Paralelamente comencé a trabajar con los pájaros porque, como muchas cosas que comienzan a interesarme de pronto, su vida también atrapó mi atención.

El hecho de tener que huir de mi país de nacimiento de manera repentina me hizo ser buen entendedor de que muchas cosas son fugaces, de que ocurren y luego ya no están y creo que es por eso por lo que soy un explorador incansable. Un curioso y amante de la naturaleza que imagina, descubre y crea.

Escritura:
Beatriz Müller
Fotografía:
Felipe Rotjes
Lugar:
Colinas de Bello Monte, Caracas
Fecha:
22.4.2016
Yo me dejo llevar por el espíritu colectivo porque me parece que lo privado está cargado de ideologías que frenan el crecimiento humano.
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