Acabo de cumplir catorce años, empecé a jugar cuando tenía seis. Primero no me gustaba. Pensaba que eso era cosa de hombres. Mi mamá me decía que si yo quería que me dejaran golpear las piernas, que estaba bien. Así que me asuste y no quería jugar, hasta que un día me decidí y mi papá me empezó a entrenar.
Él, mi papá, dice que soy una “machito”, que soy fuerte. Mis amigos son niños, me la paso con ellos. Mi equipo de fútbol es de niños, soy la única niña en la categoría Sub-14.
Cuando entro en la cancha me siento poderosa. Claro, también me siento ansiosa, sobre todo antes de entrar, no saber si vamos a ganar o perder. Los días que juego, quiero ser la mejor. El trabajo en equipo es ayudarnos los unos a los otros, aunque yo soy un poquito egoísta: cuando tengo la pelota, no la quiero soltar. Siento desesperación, quiero patear la pelota, llegar al otro lado de la cancha y hacer gol. En eso recuerdo el trabajo en equipo y paso la pelota.
Cuando meto gol en los entrenamientos empiezo a gritar como loca: “¡goooool!” Y le digo a mi papi, “viste cómo metí gol, ¡¿pensarías meterme en el equipo como delantera?!”. Ahora juego en la defensa y en el medio. Mi papá me dice que si quiero estar adelante, necesito aprender a usar el balón: “tienes que saber manejarlo, aprender a jugar con tus compañeros”.
Para mí el equipo es el ser humano completo, la defensa: las piernas, son los que mandan para adelante, y del medio a la ofensiva: son la cabeza, porque son los que piensan, los que deciden a dónde pasar la pelota, y cuándo es el mejor momento para meter gol.
Como futbolista quisiera ser como mi papá. No como entrenadora, porque no tengo paciencia, pero para jugar sí, ¡para eso sí tengo madera! Me gustaría parecerme a él en su nobleza, en que se preocupa primero por los demás y después por él. No sé qué voy a hacer cuando esté lejos y ya no lo pueda abrazar. Porque las personas en un momento puedes estar hablando con ellas y después cuando cruzan la esquina, ya no están.
Me ha tocado dejar de ver a mi mamá que se fue a Colombia y no sé cuándo volverá. A mi tío, que en un momento estaba y al otro le habían pegado unos tiros, ahí, frente a la gallera. A otro tío que está preso. Presiento cuando algo va a pasar, lo sueño. Mi papá dice: “no me digas nada, que luego ocurre”.
Mis compañeros son mi refugio y mis mejores amigos, me la paso con ellos más que en mi casa, para donde vaya estamos juntos. Montados en una mata de mangos, calle arriba y calle abajo, son como mi familia. Todos los bloques partidos de estas calles, somos nosotros. Ponemos una arquería aquí, la otra por allá bien botada y nos ponemos a jugar matándonos por el balón. Mi mamá a veces me decía callejera, y mi papá me sermonea diciéndome: “Tú te la pasas todo el día en la calle, acá no paras sino es para comer y dormir”.
Cuando sea grande quiero mantener la unión, porque hay jugadores que cuando crecen, se dispersan de sus compañeros y no los recuerdan. Yo quiero seguir viéndolos, seguir compartiendo. No quiero olvidar nuestra amistad y lo que hemos vivido juntos. Deseo que sigamos sintiéndonos familia.