He vivido siempre en un ambiente cultural. Desde que tengo trece o catorce años la fotografía y la escritura han sido parte de mi vida. No recuerdo el momento preciso en el que comencé, pero fue una respuesta ante la necesidad de expresarme y de ser reconocido por el mundo. El ser humano necesita ser amado, para eso, una de las vías que he encontrado es la palabra y la imagen.
Para mí la fotografía, al igual que la poesía, es una manera de trabajar con el lenguaje, por lo tanto una forma de estar en el mundo. Existimos porque hay palabra. Mi obra fotográfica es un territorio de placer, de preguntas, es mi forma de estar vivo. De alguna manera yo me encuentro en todo mi trabajo. Claro. Transparente. Estoy allí, yo soy el objeto de la investigación.
Conquisto cada territorio a través de la imagen. Por ejemplo, el baño. Mi papá se suicidó en el año 55 en un baño. Me he retratado infinitas veces en el espejo, eso me permite darle significado a las cosas. Conocer más sobre la vida, sobre mí, sobre el espacio. Frente al espejo me veo bello, me gusto en todo lo que puede haber en mí de imperfecto.
Mis fotos son un performance y se traducen en disfrute. Todo está vinculado a la energía creadora de la obsesión, no hay trabajo que no esté soportado sobre eso. Permite una investigación cada día más rica y compleja. Retratarme es una forma natural de ser. El que fui ayer ya no es, y el que voy a ser mañana, no lo sé. Uno se sorprende de lo que puede llegar a descubrir.
Mi obsesión soy yo. Me observo como sujeto de exploración visual en el ámbito de la fotografía. Esta manía se vincula al placer, a la vida, a la alegría del trabajo cumplido. Desde chiquito me he retratado y creo que el autorretrato es una constante en la historia de la fotografía. Gracias a esa rigurosidad mi serie frente al espejo ha alcanzado una coherencia conceptual en 40 años de trabajo. Traspasa la anécdota o la postal para el recuerdo.
El motor que me impulsa es el compromiso con mi trabajo y este terminará el día que me muera. Es mi proyecto de vida, si estoy agónico haré una foto de eso, si me siento feliz me retrataré. Porque uno vive con todo: la añoranza, la melancolía, la memoria, el recuerdo o el olvido. Esa es la naturaleza de mi labor fotográfica que, al mismo tiempo, es mi naturaleza: el disfrute.
Mi felicidad son los momentos. Cuando hago el amor, cuando me divierto, cuando estoy con los amigos o cuando un poema me queda bien. Siempre he sido muy enamorado, esa fue una de las razones por las que comencé a escribir, y así como he amado me gustaría que me amen. Sin embargo, no considero haber tenido un momento decisivo que marcara un antes y un después en mí. Más bien, creo que tengo muchos antes y muchos después. Cada amor, cada ruptura, cada viaje, cada trabajo, cada poema o cada foto. Uno tiene que dejarse ir, no oponer resistencia. Lo que tiene que ser será, incluso la muerte. A veces me pregunto cómo se sienten los demás con respecto a eso. Yo me siento cada vez más tranquilo ante ella, estoy más cerca y contento con lo que me tocó vivir.