Pasé tres años haciendo registros fotográficos de diferentes casos clínicos de pacientes. Lo hacía en parte pensando en que quería ser profesor. Tomaba fotos de tumores, casos raros, lesiones. De día y de noche. Era una forma de llevar un registro de esos procesos, de lo que me causaba todo lo que estaba viendo, todavía sin enfocarme en algo en específico, solo dejándome llevar.
Un día, estando de guardia en el hospital de Los Magallanes de Catia, eran las tres de la mañana y una imagen me conmovió. La de una chica de dieciséis años que estaba recién parida sobre la camilla. Le faltaba un seno, por una infección que de niña le había causado la picadura de una abeja. No tenía a su bebé cerca pero yo veía en ella una expresión hermosísima, como de una guerrera amazona en pleno éxtasis después de parir. Era como ver a una diosa. Así es la mujer en ese estado, cuando se conecta consigo misma. Además veía el aspecto biológico, todo lo que provocan las hormonas en ese momento, todo lo que te cambia como ser humano una molécula biológica. Entonces era ver esa belleza tan genuina, ¿sabes?, esa de verdad, no la de los senos postizos, o del maquillaje, lo plástico o sintético que te venden en la televisión. Algo que, años después, entendí mediante el parto humanizado.
Es otra visión la del parto humanizado porque me mostró que todo en la naturaleza tiene su tiempo particular, su ritmo, su inteligencia, que nada tiene que ver con la producción en masa, la rapidez, ni la competencia por conquistar el mundo. Ejerció un cambio en mí por su consciencia ginecológica, su respeto por la madre tierra, por la mujer. Es una visión holística y más sensible del nacimiento, del mundo, del ser humano.
Si yo no me hubiese encontrado a Isabella, mi esposa, te aseguro que quizás sería un médico tradicional operando cesáreas y sería mucho más insensible. Ella ha sido una gran influencia en mí. Con ella he visto que ambos somos responsables de construir y cuidar nuestro hogar, a partir de lo más sencillo y cotidiano.
Vengo de un lugar común de crianza en Venezuela, que es crecer sin la figura del padre, ya sea por divorcios o separaciones. Con mi profesión me ha tocado ponerme en el lugar de las mujeres, darles una apertura para que hablen de su mundo íntimo y poder ver lo que sienten.
Con la experiencia he llegado a entender que solo soy un canal a través del cual otra energía obra. No soy poseedor del poder de la vida ni de la muerte. Hago todo lo que técnicamente está en mis manos, lo que he aprendido en mi preparación. Pero hay un punto en el que hay que confiar en la naturaleza, en ese cuerpo humano que está hecho para parir.
El cerebro de un bebé necesita tan sólo cinco minutos para fundirse o para que queden secuelas, si pasa un minuto más, muere. Un parto se lleva mucho más tiempo, y cada minuto es un riesgo de que ocurra algo. Hay veces que escuchas el corazón del bebé, ya ves la cabeza asomarse, pero la mujer tarda en dilatar. ¿Qué puedes hacer ahí? tienes que estar atento a lo que ocurre y confiar, seguir esa intuición que te dice que todo va bien. Si siento que hay un riesgo, entonces hago una oración, y en últimas instancias se procede a la cesárea, pero primero agoto todas las vías de parto natural.
Esa confianza es la que le falta a muchos médicos de hoy, entonces creen falsamente que con la cesárea pueden arreglar todo, en muchos casos sabiendo que es innecesaria y lo hacen solo por practicidad o rentabilidad.
Para mí el nacimiento es una manifestación milagrosa e intensa de cómo la energía se hace carne, es lo más cercano a lo que los cristianos llamarían un “milagro”. Presenciar ese momento es un privilegio porque significa ser testigo de esa espiral de vida-muerte que es constante. Ver a un bebé nacer es ver a la vida y a la muerte a los ojos en un mismo instante. Porque el darle la mano a un bebé que sale a la vida, se asemeja a darle la mano a ese ser que cierra los ojos y muere. Es casi igual. Qué pasa en ese momento que es tan sutil: es un misterio. Es la misma fascinación por el amanecer o el atardecer, es un instante, y enseguida pasa.