En la escala del chocolate yo alcanzo un 99% porque soy muy intensa y todo lo hago con pasión, el único problema es que eso es también un detonante que puede acabar con todo, incluso con uno mismo. Por eso me enfermé, por ser demasiado apasionada y dejarme dominar por la ira que me causaba el vivir la situación tan dura de este país, por culpa de este pésimo gobierno, y también por la tristeza que me invadió al haber perdido a grandes amigos por causa del negocio, que es aún más duro. Esto me afectó mucho, y cuando tienes cáncer y sabes que te enfermaste por estas cosas, debes olvidar y perdonar para poder curarte.

Como mi punto débil es la injusticia siempre peleaba demasiado cuando veía a alguien cometiendo un abuso. Una vez, por ejemplo, apagué el carro en pleno semáforo en rojo y me bajé a pelear con la policía y a gritar en contra de un enchufado del gobierno y sus guardaespaldas que iban apartando a los demás para poder pasar ellos. Entonces me tenía que dar algo y yo sabía que me iba a enfermar, definitivamente, porque peleé mucho. El depositario de esa energía tan pesada fue mi ovario, que es la creación, es la maternidad y justo ahí, a la derecha, fue mi cáncer. Parir es un acto prehistórico que te conecta con la tierra, con la feminidad y con ese ser que vas a cuidar hasta que puedas, pero en este caso yo engendré un monstruo de tres kilos; era del tamaño de una patilla.

Mis charlas sobre el cacao eran famosas porque siempre hablaba pésimo del gobierno y a la gente le gusta eso, que otro hable mal de los demás, les entretiene. Pero entonces, cuando me di cuenta de que estaba aquí porque mi trabajo era enseñar, me dije: bueno, si tengo tanta fuerza y energía para hacer con mi oscuridad un monstruo, debo tener la misma cantidad de luz adentro para educar. Fue ahí cuando empecé a dar clases formalmente. Con mi 99% de cacao le di paso a la luz para quitar la oscuridad. Por eso ahora estoy contenta todo el día. A veces me provoca pararme otra vez en la calle, pero perdí años de mi vida criticando al gobierno y peleando y ya sé que ese no es el camino. Es más sano construir así que puse toda mi energía en eso.

Esto nunca lo había contado pero antes de la operación me dijeron que no había mucho que hacer y al escuchar mi pésimo diagnóstico le pregunté al cirujano si me iban a hacer quimio después de ser operada a lo que él respondió: “bueno, si sales de la operación te hacemos quimio”. Entonces, cuando llegó la hora, me despedí de mis hijos y de mi mamá y entré al quirófano diciendo chao.

Me operaron el siete de diciembre porque el seis eran las elecciones y le dije a mi doctora que ya que estaba tan mal no me operara antes de esa fecha para no perder el voto. Esa vez ganamos la Asamblea Nacional y fue un lunes feliz en el que desde las enfermeras hasta los que barrían y los doctores, todos, celebraban. Yo todavía estaba medio dormida por la anestesia pero escuché a personas hablando de pan de jamón y dulce de lechosa, no podía abrir los ojos pero sonreí y me dije: estoy viva, volví a Venezuela y voy a ser cocinera otra vez. Ahí entendí que tenía que terminar la escuela de Rio Caribe, en la Península Paria, que además es un lugar mágico.

Mi primer acercamiento al cacao fue en mi casa, durante mi infancia, porque mi mamá era repostera. Comenzó a hacer tortas cuando tenía 15 años y a los 20 montó un negocio. Desde siempre me inspira y si tengo que hablar del origen de todo esto, es ese. Ella hacía tortas y dulces criollos. Cocina venezolana. Trabajó con chocolate desde que recuerdo. Conocí plantaciones en viajes familiares que hacíamos a Barlovento donde veía el cacao secándose en la orilla de la carretera por todo el pueblo y la gente nos daba a probar desde la semilla hasta el chocolate caliente hecho con bolas de cacao puro. Fue en ese pueblo que descubrí y entendí al cacao como identidad nuestra.

Hay una cosa que tengo adentro y es lo que me mueve a hacer este trabajo, algo que me dice que Venezuela es un país de luz, próspero, generoso, bello y extremadamente rico. Esa es la razón por la que todas las mañanas salto de la cama y me pongo a trabajar.  No me conformo con decir que me rindo porque aquí nada funciona.

Mi tío Eduardo, mi amigo y socio, fue mi papá del lado materno, la persona a quien le contaba una idea para un negocio y enseguida salía a buscar todo lo necesario para hacerla realidad, desde los productos hasta el local. Él no era quien ponía carácter, era un compañero, mi apoyo. Yo vuelo, a mí me gusta volar y él me ponía las alas. Si yo fuera la Beatriz de Dante y visitara a mi antojo el infierno y el cielo, buscaría a mi tío, quiero verlo. Juntos construíamos conceptos. Abrimos varios locales y cuando florecieron y dieron frutos vino el paro cívico del 2002 y se acabó todo, nuestros negocios quebraron, los restaurantes que no cerramos nosotros nos los cerraron con el paro y mi tío murió de un infarto. En el 2005, después del paro, cuando dábamos clases de bombonería fue cuando dijimos: nosotros somos Kakao. No imaginamos que tendríamos un movimiento de más de ocho mil mujeres que hacemos chocolate. Pero él no alcanzó a ver nada de esto.

Todo este tiempo dando clases he aprendido que un país lo hacemos sus ciudadanos y que su evolución depende de nosotros. Por mi parte enseño a hacer chocolates para que seamos ciudadanos de este territorio. Es una manera de decir que pertenecemos a esta tierra, tenemos una cultura y la explicamos usando el cacao que es importante porque nos precede, porque a través de él contamos nuestra historia, porque habla un idioma propio que todo el mundo entiende.

También enseño a hacer chocolates porque vine vestida de mujer y me siento comprometida a evolucionar todos los momentos históricos en los que la mujer ha sufrido tanto. La historia del mundo ha sido de hombres, de guerra, de conquista, y las mujeres hemos estado observando calladas porque no tiene nada que ver con nuestra naturaleza, las mujeres estamos tan conectadas con el universo que ese no es nuestro lenguaje, pero nuestro lenguaje tampoco lo tenemos que defender porque sabemos que es un lenguaje de amor, de construcción, de cuidar a nuestros hijos, de preservar la familia o la especie. De conexión con todo lo que nos rodea. Yo siempre me quito los zapatos donde esté, siento la fuerza de ser mujer, el acoplamiento con la tierra.

En el pasado, cuando no existían medicamentos, la cura estaba en manos de mujeres que tenían este vínculo infinito con la tierra y conocían el buen uso de las hierbas. Eran las científicas de la época y eran tan sabias que la sociedad de hombres no podía con eso y acabaron con ellas. El sufrimiento de la mujer ha sido tan grave desde siempre que hay que dar un giro. No es posible que las mujeres sean persistentes pero invisibles. Que muchas de las grandes mujeres de la historia hayan logrado ser reconocidas porque se tuvieron que vestir de hombres o usar pseudónimos masculinos cuando la esencia del discurso femenino ha sido siempre totalmente distinta. Refleja otra forma de sentir.

Yo le temo a la maldad, a la injusticia, a la brutalidad, al machismo y a la barbarie. Me da terror ver que no hay mucha diferencia entre la historia pasada y la de ahora donde una mujer es ultrajada por una banda de muchachos y solo les dan a los violadores dos años de cárcel porque ella no gritó, porque el mundo está en manos de hombres. La política está en manos de hombres, la prensa, la farándula y hasta la fama. Nuestro país ha estado siempre en manos de hombres. En la cocina los hombres son chefs y las mujeres somos cocineras con mucha honra, pero nosotras no necesitamos ese reconocimiento. Necesitamos ser respetadas para evolucionar, y por evolucionar yo hago chocolate.

Escritura:
Beatriz Müller
Fotografía:
Susana León
Lugar:
La Trinidad, Caracas
Fecha:
5.5.2018
Yo siempre me quito los zapatos donde esté, siento la fuerza de ser mujer, el acoplamiento con la tierra.
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