Para mí el fútbol representa amor. Desde pequeño me gustaba. Mi mamá me cuenta que me la pasaba pateando lo que fuera: potes, latas, lo que me encontrara. Un día ella me dijo: “te conseguí cupo en el polideportivo” y desde ese momento no he dejado de jugar. Mi entrenador Máximo es como mi papá, me conoce desde pequeñito, a él tengo mucho que agradecerle: me corrige, me guía. 

Siento pasión al entrar en la cancha. Andar detrás de la pelota, hacer pases. Cuando un compañero hace goles gracias a mí, lo abrazo y celebramos juntos el juego. Cuando tengo partido, y me tengo que parar a las seis, ya desde las cinco estoy despierto y no puedo dormir más. Recuerdo un partido en el que, faltando un minuto, le pegué al balón, lo saqué de centro, metí gol y ganamos. Era nuevo en el equipo. Uno pasa por todas las emociones jugando. El fútbol es tristeza y alegría al mismo tiempo. Alegría es ganar, cuando nos entregan el trofeo y lo levantamos como el equipo que somos. Y tristeza cuando me esfuerzo y no ganamos o no pasamos a la siguiente ronda. Sabiendo que lo importante es jugar en familia... Obvio, tenemos que ganar, pero lo más importante es jugar, cuidándonos. 

Me siento muy comprometido con mi equipo. Para mí lo más preciado en el juego es la amistad con mis compañeros. Nos respetamos, no nos decimos groserías, nos queremos como familia. El equipo es la segunda familia de cada jugador. Aquí hay muchos niños que han pasado por cosas difíciles. Ellos llegan a la cancha con su cara triste, y uno les pregunta, “¿qué te pasó?”, “¿en qué te puedo ayudar?". Estamos pendientes los unos de los otros. Si tú necesitas apoyo, vamos a darte una mano.

Siempre me ha gustado ayudar a las personas, especialmente a los niños necesitados. Yo también he tenido momentos difíciles y me han tirado la mano. Si tengo un pedacito de pan y veo a un niño pasando necesidad, le doy la mitad. Lo que pueda compartir, lo comparto. Quiero colaborar en lo que pueda. Si pudiera cambiar algo de lo que nos rodea, es que existiera mucha comida, que no nos falte. No importa que no existan los reales, pero que no nos falte la comida. Mi mamá siempre me hacía mi arepa con mantequilla y queso, y café con leche o toddy. Ahora tengo tiempo sin comer chocolate, no tengo real para comprarlo.

Vivo con mi mamá y mi hermanito. Mi papá se fue hace unos años. Tuvo problemas con mi mamá un día, se pelearon y se fue. Mi mamá es como mi hermana, mi tía, mi todo. Ella es la que me apoya, siempre me dice “¡vamos, hijo, que tú puedes!”.

Para mí ganar es triunfar en la cancha y apoyar en casa. Asistir a mi mamá en todo lo que pueda. Yo lavo, ordeno, y si mi mamá me lo pide, cocino. Dejé de estudiar cuando cursaba el primer año por un tiempito para ayudarla en un momento difícil. No había real en la casa y se necesitaba para comprar comida. Ahora ya estamos mejor y volví al liceo. Me veo como futbolista o doctor, lo que más me gusta es cuando nace un bebé, me encanta la idea de ayudarlo a nacer. 

En el barrio hay gente que me apoya y se alegra con los triunfos, pero hay otros que no. Lo que más veo por donde vivo son pistolas, fumar... Gente con la cabeza explotada de tanto fumar, yo los veo y me distancio. El fútbol me aleja de las cosas malas del barrio. Me dicen que pruebe, y yo respondo: “no, porque soy futbolista”. Si no estuviera el fútbol, puede que fumara, es lo que abunda a mi alrededor. Cuido mucho a mi hermanito y lo aliento en el fútbol para alejarlo de eso. Él y mis primos son mis compañeros más pequeños, juegan en otra categoría. Les enseño, les digo qué hacer bien.

Cuando crezca, no me quiero olvidar de los goles, sino ¡seguir anotándolos! Tener siempre presente a mi mamá, y también el respeto, la tolerancia, la paz, el amor de uno hacia los demás en todos los espacios, tanto dentro como fuera de la cancha.

Escritura:
Mariana Maneiro
Fotografía:
Astrid Hernández
Lugar:
Petare, Caracas
Fecha:
15.5.2018
El fútbol me aleja de las cosas malas del barrio. Me dicen que pruebe, y yo respondo: “no, porque soy futbolista”.
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